Hubo un tiempo en que el espacio exterior quedaba en México. En los años sesenta el rock llegaba desde un planeta remoto. De pronto, nuestra provincia se vio asaltada por los Fabulosos Cuatro: John, George, Paul y Ringo (siempre mencionados en ese orden). Cuarenta años después de la muerte del general Álvaro Obregón, los mexicanos nos enfrentábamos al dilema de estar in o estar out.
sábado, 29 de mayo de 2010
CON LA MORSA A OTRA PARTE
Hubo un tiempo en que el espacio exterior quedaba en México. En los años sesenta el rock llegaba desde un planeta remoto. De pronto, nuestra provincia se vio asaltada por los Fabulosos Cuatro: John, George, Paul y Ringo (siempre mencionados en ese orden). Cuarenta años después de la muerte del general Álvaro Obregón, los mexicanos nos enfrentábamos al dilema de estar in o estar out.
martes, 25 de mayo de 2010
RUMBO A LA FELIZ
El tío Plinio era pintor.
El tío Plinio era fotógrafo.
El tío Plinio hacía serigrafía: imprimía banderines, distintivos para el colegio Don Bosco en una especie de lavadero descascarado y lleno de latas y frascos vacíos.
El tío era muchas cosas al mismo tiempo, es decir, tenía muchas maneras de responder a quien le preguntase qué era él. No todos tienen semejante cantidad de modos de responder a esa pregunta, y muchos, a menudo, no tienen ninguno.
Pero él tenía muchos modos de responder, tantos como cantidad de latas y frascos vacíos que salían del lavadero, se desparramaban por una especie de patio, o lo que en otro momento fue un patio y trepaban por estantes de madera que él adosaba a las paredes sin revocar, y finalmente se aglomeraban en otro galpón que tenía al fondo.
Sus cuadros eran naturalezas muertas, ranchos abandonados que salía a buscar con el caballete, el lienzo y el cajón de las pinturas en el baúl del Peugeot 403.
Se paraba frente a las naturalezas muertas.
Se paraba frente a los ranchos.
Se paraba frente a la Sierra de la Ventana.
Se paraba frente al Santuario de María Auxiliadora en Fortín Mercedes, de la Obra de Don Bosco.
Otras veces, cuando estábamos con mis primos de Mar del Plata, nos parábamos frente al objetivo, y él detrás de la vieja cámara de trípode que había sacado para que nos riésemos un rato, y se hundía debajo de la capa, y nosotros teníamos que reírnos porque salía un pajarito. En algún lugar del espacio algo flotaba y provocaba risa.
El tío no tuvo hijos.
Él era el cómico de la familia.
Y salíamos corriendo para el galpón del fondo. Completamente encerrados y a oscuras, en medio de latas, frascos, algunos llenos y otros vacíos, bastidores y aparatos que se entremezclaban en los recovecos hasta profundidades impenetrables, el tío ya había encendido una luz roja y, después de algunas maniobras, poco a poco aparecíamos nosotros, sumergidos bajo el líquido de unas cubetas, riendo.
Cómo se llama al que hace brotar pájaros.
Mi primo de Mar del Plata ahora vive en Comodoro Rivadavia, y hace poco tuvo un hijo. Lo llamó Plinio, pero como es lógico, no se parece al tío. Va a ser alto y rubio como mi primo en esas fotos, creo.
Mi tía tampoco se parecía a mi tío. En muchas cosas sí, pero en muchas otras no.
A veces creo que se parecían bastante cuando se subían al Peugeot 403 e iban a Misa. Un rato antes, habría bajado el caballete y las pinturas del baúl.
Después de Misa, ya dejaban de parecerse bastante.
Por esa época el tío me había regalado un cuadernillo alargado a lo ancho, del tamaño de un Patoruzito. Era un muestrario de letras. Por cada página, un abecedario completo, con mayúsculas y minúsculas, en diversos estilos tipográficos. El extraía modelos e ideas para sus trabajos serigráficos. A veces, también, hacía por encargo diplomas para homenajes, recordatorios o aniversarios, sobre todo para el colegio Don Bosco. En cartulina gruesa delineaba un pergamino que se enrollaba en los extremos, lo pintaba con acuarela y en la cabecera trazaba el motivo del homenaje en letras góticas que se parecían bastante a un modelo del cuadernillo, pero en cierto modo no se parecían. Quizá era un modelo suyo, una combinación de distintos modelos.
De ese cuadernillo yo también aprendí a trazar la letra gótica y algún otro tipo.
Mi letra manuscrita es monstruosa, pero mis trazos góticos son perfectos.
Nadie entiende lo que escribo. Debo traducir, explicarme.
Muchas veces yo tampoco me entiendo y me siento frente a mis textos como ante un desconocido que habla otro idioma.
El tío nos dibujaba nenes cagando en una pelela.
Yo le hago a mis hijos las carátulas con los nombres de las materias. (...)
viernes, 21 de mayo de 2010
CÓMO FUNCIONA LA COSA
Pedí un deseo from Ferrowhite on Vimeo.
“Cómo funciona la cosa” es un taller que se realiza en Ferrowhite cada lunes y miércoles a las tres de la tarde. Participan chicas y chicos de Ingeniero White y el barrio Noroeste, bajo la coordinación de Silvia Gattari y Malena Corte. La idea del taller es producir objetos de uso cotidiano y aprender, de paso, a organizarse en el hacer.
martes, 18 de mayo de 2010
sábado, 15 de mayo de 2010
miércoles, 12 de mayo de 2010
HOMERO
POEMAS
En vano trato de escribir poemas,
Me siento horas frente a una pared
Y a veces garabateo algunas palabras.
Mis sueños son números rojos,
La musa se fue para Punta Cana,
Mi vida pasa delante de mí como una ambulancia.
Mis vecinos jubilados me regalan cerveza
Y son felices con sólo no leer mis poemas.
Cada vez que salgo en busca de imágenes
Termino comprando salami en el supermercado.
Cuando regreso mi mamá está sentada en la mesa
Gritando “Hoy no se piensa comer en esta casa.
Mi hijo, dedícate mejor a cualquier otra cosa,
Donde no haga falta pensar y que te paguen dinero”.
Homero Pumarol
miércoles, 5 de mayo de 2010
EL QUE NO CORRE, VUELA
y la estremecedora versión de los Gipsy Kings:
sábado, 1 de mayo de 2010
TRABAJADORES DE TRULALÁ
PARA MIRAR CON LUPA
Los muñequitos de los chocolatines Jack descansaban –y aún hoy lo hacen-en unos ataúdes de chocolate, claro, que se comían en un santiamén casi sin saborear. El rango de emociones que provocaban lo encabezaba la sorpresa de que nos tocara uno que no teníamos. Y como no era cosa de todos los días comprarse un chocolatín, el desencanto hacía de la boca una trompa si el muñeco liberado ya figuraba en nuestra colección.
Los muñecos de Di Cicco, frontales y de colores puros bien de pomo como venían los Jacks, parecen ser parte de una colección infinita a la que no le falta ninguna pieza. Pero al mismo tiempo, cualquiera de ellos da la sensación de poder iniciar una serie que a su vez encabezaría a otra. De estos asuntos los chinos que Borges citaba o inventaba sabían mucho.
Solos o de a pares, los muñequitos, pensados para habitar la maqueta de una estación del ferrocarril, dan cuenta de un afán conciliador que da la impresión de no querer olvidarse de nadie. Todos los tipos sociales parecen tener cabida en el trabajo de Di Cicco. Como en los trenes del general Perón.
Esa conciliación no sólo es conceptual sino también plástica: puede advertirse en la factura de cada muñeco. Por un lado dan la sensación de ser esbozos, bocetos, algo inacabado, pero al mismo tiempo se percibe con claridad una dedicación silenciosa y tierna a la vez como si luego de cada jornada, la cabeza del trabajador necesitara restituirse a un cuerpo que por momentos debería sentirse como ajeno.
Y hay un par de muñequitos que parecen ser los más difíciles de conseguir.
Y contra lo que se cree, no es la pareja haciendo el amor. Seguro.
Y la impresión punzante de que la estación de trenes era una verdadera arcadia, donde todo era posible, como en Trulalá.
La colección de Jacks guardaba una epifanía de la que de chico uno no alcanzaba a darse cuenta: la posibilidad de observar por primera vez a Hijitus de perfil. Como ver al guarda tocar la campana de la estación, ni más ni menos.