Tres poemas de La Fuerza, de Hernán La Greca (Bajo la luna nueva, Rosario, 2001) que leímos en el taller el sábado:
La Mujer Maravilla
.
La ropa de gustar, la vincha, el cinturón,
los brazaletes, se los calza y sale
a repartir destellos por el país que quiso
convertirla en leyenda. Encantadora es.
Inapelable.
Nada de música o estrellas, nada
de campanas. Cuando ella pasa, el mundo
es una chica americana. Su belleza
se mide en la futilidad de un gesto:
como arma letal, un avión invisible.
Sufre por ser tan fuerte y no poder
perder un brazo, el corazón
en una balacera. Sufre
porque no ama, y es ése
el aire que le falta.
Sueño con tener un recuerdo junto a ella
por ejemplo: la experiencia de los dos
en el fotomatón. Como prueba inobjetable,
una historia de amor en cuatro cuadros
para llevar en el bolsillo
del corazón de la chaqueta.
Su mayor certeza no la obtiene
de la verdad del lazo. Lo que importa
lo sabe por lo que lleva
perdido.
No cuenta lo que haga, en la lucha
o recostada en un sillón, todo el tiempo
parece que el traje va a ceder. No es la furia
de la carne suspendida, es el corazón
que late.
Agitada, la vedette se deja ver
después de la rutina. La boca,
el cuello, el pelo suelto. Está en todo
lo que digo, está en lo que todavía espero.
.
Dr. Freeze
.
Hago hablar a mi padre. Le pregunto
por el color del autito que arrastraba
a los siete miembros de la familia
atado con un hilo a sus espaldas
y que cada tanto volcaba
por las imperfecciones de la tierra.
Se detenía para levantar a los caídos o arreglar el vestidito de alguna hermana.
Pero no se acuerda, tampoco,
por qué me dejó
tan pequeño.
Lo ayudo a recordar. Le hago retroceder
hasta la espera del burgués
en los pasillos del hospital, interrumpida
por la urgente peregrinación de una camilla
y el entusiasmo aprendido de la partera.
Miento o también oculto. No le digo
lo que más odio de él. Cuando se hacía
tarde y debía quedarme a dormir en su casa
me despertaba en la mañana
para verlo afeitarse
apoyado en el marco de la puerta
hasta el momento en que, sin aviso,
retiraba la vista del espejo y
me miraba, inmóvil,
mitad hombre, mitad papá noel,
como si le hubieran disparado
el rayo congelador.
.
Flecha Verde
.
No tengo don, carezco de toda
habilidad, mi arte -se sabe-
es disciplina. Nada me ha tocado.
Del amor no obtuve sino el vano
trébol de la tierra; y del mar,
el caracol fallado.
No soy como los otros. Ni alado
ni dueño de esa fuerza que viene
no sé de dónde. Soy
arquero. Un vestido, un corazón,
una manzana. Mi arma atraviesa
las pequeñas cosas del mundo.
Soy el que al caer la tarde
se interna en el bosque encantado,
toca la áspera madera de los pinos y cruza,
con el frío acero de la flecha,
los nombres encerrados
en el corazón de la corteza.
Es de noche. Está todo oscuro. Mis flechas
han perdido el rumbo. Llevo
la última en la espalda. Tenso el arco, el canto
de la cuerda en el oído. No se oye nada. Sólo
las crujientes hojas del bosque, el batir
extraordinario de unas alas. Ya se ha ido. Ya
avanza por la noche, por el brillante día, la flecha
que no tiene blanco.
9 comentarios:
Me gustoooo =)
CHe, porque yo me pierdo de esas cosas por no ir al taller?? =(
Un abrazo Chelo, mañana seguro nos vemos...
Pd: Pasate por mi blog y mira mis ultimas dos publicaciones (la ultima es más importante)
No te las perdés, si las estoy publicando! Hay algunos poemas más de La Fuerza dando vuelta en la web.
Está muy buena tu página, y tu poesía.
Salud, Mabel
Poemas·dis·Cursivos
Qué lindo, Marcelo! Me re conmovieron. Los superhéroes son tan dignos en su tragedia.
Los poemas de La Fuerza son de esos que cada tanto me dan ganas de releer. Me gusta mucho esa mezcla de pop y lirismo.
Para superhéroes trágicos, loosers, vencidos, cínicos, fachos, achanchados y perdidos: Watchmen, la historieta (la película ni se le acerca)
otra vez lo mismo
¿?
No malinterpreten lo que digo pero me gustarìa saber que entienden por poesìa los que perciben poesía en semejante estupidez.Un abrazo.
No hay nada que malinterpretar, anónimo. A mí me gustaría saber, sin que malinterpretes, qué es lo que te hace estar tan pendiente de cosas que no te interesan.
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