Hay mapas circulares y hay mapas con forma de corazón. Los hay también con forma de trébol, como el que Heinrich Bünting dibujó en 1581 ubicando un continente en cada hoja y a Jerusalém en el centro de las tres. Hay que decir que mientras Mercator y Ortelius recurrían a portulanos trazados por los propios marinos, para tras innumerables cálculos matemáticos, traducirlos a sus mapas, la organización tripartita del mundo en el Cloverleaf de Bünting tiene origen en la Biblia, y está inspirada en la historia de Noé y la distribución del mundo entre sus hijos: Sem, Cam y Jafet. Es, en varios sentidos, un mapa del pasado, sin cabida en el incipiente atlas de la expansión mercantil europea.
El fragmento de América que asoma en la esquina inferior izquierda del mapa, como un invitado al que no se esperaba en el reparto del mundo, desequilibra el orden bíblico del cuadro.
No es posible saber si Bünting, cartógrafo y devoto, era incapaz de comprender las transformaciones que se desplegaban a su alrededor, o si por el contrario, consciente de ellas, fugaba al mundo de la simetría de manera deliberada.
Yo, por mi parte, me acuerdo de una vez que con una bic me dibujaron en la mano el recorrido para llegar a una casa con pileta, y escribieron ahí un nombre mientras me preguntaban ¿a qué hora venís?
El recorrido, en trazo rojo, partía de Córdoba y Alem, y llegaba, tras cruzar la última línea de la palma de la mano, a una suerte de montecito entre el índice y el mayor, donde una pequeña flor roja de cuatro pétalos coronaba, bajo el nombre, el trayecto serpenteante. Recuerdo haber manifestado no entender del todo ese dibujo que cubría mi mano casi en su totalidad, con virajes, espirales y recodos, como una enredadera. Recuerdo la risa y la respuesta de la cartógrafa: vos nunca entendés nada.
Y también hubo gente que se preguntó: caída Jerusalém ¿qué pondremos en el centro?
(fragmento de BLAIA, inédito)





