sábado, 29 de mayo de 2010

CON LA MORSA A OTRA PARTE

Salió el número 20 de la revista Otra Parte, bajo el título crónicas de la cultura, con este material: Memoria del rock - Juan Villoro / En China - Néstor García Canclini / Lectura y transporte - Marcelo Cohen / Milpalabras - Alan Pauls / Playback en la peatonal - Marcelo Díaz / Bloggers - Daniel Link / Conversación con Martín Caparrós - María Moreno / Tele-patía - Carlos Busqued / Spinetta en vivo - Laura Ehrlich y Germán Conde / Sobredosis de arte - Graciela Speranza / Diseño real - Oscar Fuentes y Silvia Schwarzböck / Naturaleza urbana - María Sonia Cristoff / Museo del Holocausto - Patricio Lenard / Teatro de revista - Diego Fusco / Cine de verano - Matías Capelli / Cuaderno. ¿Qué es lo contemporáneo? - Giorgio Agamben. Les dejo un fragmento de la crónica de Juan Villoro (que pueden leer completa en el sitio de Otra Parte):

Bailando en el espacio.

Hubo un tiempo en que el espacio exterior quedaba en México. En los años sesenta el rock llegaba desde un planeta remoto. De pronto, nuestra provincia se vio asaltada por los Fabulosos Cuatro: John, George, Paul y Ringo (siempre mencionados en ese orden). Cuarenta años después de la muerte del general Álvaro Obregón, los mexicanos nos enfrentábamos al dilema de estar in o estar out.
Los niños de la época oíamos la radio con el asombro con que se oyó la adaptación de Orson Welles de La guerra de los mundos y llevó a creer a los habitantes de Nueva York que los verdes alienígenas habían estacionado sus platillos en la avenida Madison.
Las emisoras que transmitían rock eran oráculos de lo nuevo y se dejaban influir por nuestras emociones. Aún sé de memoria los teléfonos que marqué hasta sentir que se me borraban las huellas digitales: el de La Pantera (2-4-6-590) y el de Radio Éxitos (21-18-78). Una voz magnífica, de capitán intergaláctico, preguntaba: “¿Por quién votas?”. Había que apoyar a los Stones o a los Beatles, a los Animals o a los Hollies. Nuestros remotos ídolos flotaban en la Dimensión Desconocida.
En ocasiones, la Caravana Campeona de la radio se ubicaba en alguna esquina a repartir regalos. Para obtenerlos había que pronunciar consignas de responsabilidad social y buena vibra, por ejemplo: “Ahorra luz y sé tú mismo”. Estas claves eran tan fascinantes y herméticas como las que se gritaban por walkie-talkie en el programa Combate: “Jaque mate Rey dos”, decía el sargento Saunders. “Aquí Torre blanca”, respondía un héroe subordinado.
Las canciones de rock llegaban como contraseñas de un impreciso más allá, similares al himno de la otredad que se puso de moda poco antes: “Los marcianos llegaron ya / y llegaron bailando ricachá”. En aquel tiempo optimista, los encuentros del tercer tipo parecían una oportunidad para aprender pasos de baile en la pista del cosmos.
Pero el tiempo avanza y a partir de febrero de 2008 el universo es como el DF de mi infancia: una sonda espacial transmite música de los Beatles. “Mándenle mi amor a los alienígenas”, comentó Paul antes del despegue, en el tono en que antes mandaba besos a las chicas.
La cápsula avanza a ciento sesenta y ocho mil millas por hora dispuesta a poner al día a planetas ubicados a millones de años. Nunca es demasiado tarde para saber que en un punto de la galaxia latió el corazón ye-ye.
La melodía que inicia el hit-parade interestelar es “A través del universo”, elección quizá demasiado obvia. La NASA debe pensar que los extraterrestres aún no están listos para “Soy la morsa”.
Todo proyecto nómada es compensado por uno sedentario. Desde que Abel y Caín dividieron a la tribu, unos viven para irse y otros para quedarse. Mientras una nave viaja con música de los Beatles, un hotel de Liverpool ofrece la oportunidad de dormir dentro de un disco del cuarteto (o algo parecido). El local lleva el previsible nombre de A Hard Day’s Night y otorga valor simbólico a un rasgo insulso de otros albergues: el huésped es tratado como Hombre de Ninguna Parte. Ahí eso no significa una despersonalización sino un homenaje.
Como el negocio sólo tiene cuatro estrellas, el mundo Beatle se reduce a fotos de los ídolos y cerillos alusivos. A los clientes con iniciativa, se les recomienda llevar un submarino amarillo para la bañera.
En cierta forma, el hotel sugiere un proyecto clandestino de los Rolling Stones; no parece destinado a promover la beatlemanía, sino a culpar a Ringo de que no haya agua caliente.
En cambio, hay algo grandioso en pretender que el cosmos reciba un impacto pop. Cuando seres provistos de seis orejas o epidermis auditiva escuchen a John Lennon, el planeta del cantante habrá desaparecido. Entre las muchas empresas inútiles de la especie esta es una de las más conmovedoras. La arrogante civilización que inventó el top ten propone una hazaña sin recompensa.
La nave sin destinatario visible circula por el frío espacio donde nadie puede oír tu grito. Más allá de los asteroides y las cambiantes lunas, alguien recibirá esa melodía.
Desde 2008 los extraterrestres pueden ser como nosotros. La voz de los Beatles llegará a los confines de la galaxia como en los años sesenta llegó a mi barrio, que entonces se ubicaba en el espacio exterior.

Juan Villoro (Ciudad de México, 1956) es narrador, ensayista y cronista. Entre sus últimos libros publicados se cuentan la nouvelle Llamadas de Ámsterdam (Buenos Aires, Interzona, 2007) los relatos de Los culpables (Buenos Aires, Interzona, 2008) y la colección de ensayos literarios De eso se trata (Barcelona, Anagrama, 2008).

martes, 25 de mayo de 2010

RUMBO A LA FELIZ

Nos vamos con Mario Ortiz, rimando, a la Feliz, donde leeremos en la fenomenal fiesta de Dársena 3. Como para que vean con qué se pueden encontrar, va un fragmento de Al pie de la letra, el libro que 17grises acaba de editarle a Mario:

El t
ío Plinio era pintor.

El t
ío Plinio era fotógrafo.

El t
ío Plinio hacía serigrafía: imprimía banderines, distinti­vos para el colegio Don Bosco en una especie de lavadero des­cascarado y lleno de latas y frascos vacíos.

El t
ío era muchas cosas al mismo tiempo, es decir, tenía muchas maneras de responder a quien le preguntase qué era él. No todos tienen semejante cantidad de modos de responder a esa pregunta, y muchos, a menudo, no tienen ninguno.

Pero
él tenía muchos modos de responder, tantos como cantidad de latas y frascos vacíos que salían del lavadero, se des­parramaban por una especie de patio, o lo que en otro momento fue un patio y trepaban por estantes de madera que él adosaba a las paredes sin revocar, y finalmente se aglomeraban en otro galpón que tenía al fondo.

Sus cuadros eran naturalezas muertas, ranchos abandona­
dos que salía a buscar con el caballete, el lienzo y el cajón de las pinturas en el baúl del Peugeot 403.

Se paraba frente a las naturalezas muertas.
Se paraba frente a los ranchos.
Se paraba frente a la Sierra de la Ventana.
Se paraba frente al Santuario de Mar
ía Auxiliadora en Fortín Mercedes, de la Obra de Don Bosco.

Otras veces, cuando est
ábamos con mis primos de Mar del Plata, nos parábamos frente al objetivo, y él detrás de la vieja cámara de trípode que había sacado para que nos riésemos un rato, y se hundía debajo de la capa, y nosotros teníamos que reírnos porque salía un pajarito. En algún lugar del espacio algo flotaba y provocaba risa.
El tío no tuvo hijos.
Él era el cómico de la familia.

Y sal
íamos corriendo para el galpón del fondo. Completa­mente encerrados y a oscuras, en medio de latas, frascos, algunos llenos y otros vacíos, bastidores y aparatos que se entremezcla­ban en los recovecos hasta profundidades impenetrables, el tío ya había encendido una luz roja y, después de algunas manio­bras, poco a poco aparecíamos nosotros, sumergidos bajo el líquido de unas cubetas, riendo.

C
ómo se llama al que hace brotar pájaros.

Mi primo de Mar del Plata ahora vive en Comodoro Rivadavia, y hace poco tuvo un hijo. Lo llamó Plinio, pero como es lógico, no se parece al tío. Va a ser alto y rubio como mi primo en esas fotos, creo.
Mi t
ía tampoco se parecía a mi tío. En muchas cosas sí, pero en muchas otras no.

A veces creo que se parec
ían bastante cuando se subían al Peugeot 403 e iban a Misa. Un rato antes, habría bajado el caba­llete y las pinturas del baúl.

Despu
és de Misa, ya dejaban de parecerse bastante.

Por esa
época el tío me había regalado un cuadernillo alar­gado a lo ancho, del tamaño de un Patoruzito. Era un muestra­rio de letras. Por cada página, un abecedario completo, con mayúsculas y minúsculas, en diversos estilos tipográficos. El extraía modelos e ideas para sus trabajos serigráficos. A veces, también, hacía por encargo diplomas para homenajes, recorda­torios o aniversarios, sobre todo para el colegio Don Bosco. En cartulina gruesa delineaba un pergamino que se enrollaba en los extremos, lo pintaba con acuarela y en la cabecera trazaba el motivo del homenaje en letras góticas que se parecían bastante a un modelo del cuadernillo, pero en cierto modo no se pare­cían. Quizá era un modelo suyo, una combinación de distintos modelos.

De ese cuadernillo yo tambi
én aprendí a trazar la letra góti­ca y algún otro tipo.

Mi letra manuscrita es monstruosa, pero mis trazos g
óticos son perfectos.

Nadie entiende lo que escribo. Debo traducir, explicarme.

Muchas veces yo tampoco me entiendo y me siento frente a
mis textos como ante un desconocido que habla otro idioma.

El tío nos dibujaba nenes cagando en una pelela.
Yo le hago a mis hijos las carátulas con los nombres de las materias. (...)

viernes, 21 de mayo de 2010

CÓMO FUNCIONA LA COSA

Pedí un deseo from Ferrowhite on Vimeo.

“Cómo funciona la cosa” es un taller que se realiza en Ferrowhite cada lunes y miércoles a las tres de la tarde. Participan chicas y chicos de Ingeniero White y el barrio Noroeste, bajo la coordinación de Silvia Gattari y Malena Corte. La idea del taller es producir objetos de uso cotidiano y aprender, de paso, a organizarse en el hacer.

martes, 18 de mayo de 2010

ESTE JUEVES, AGENDEN

sábado, 15 de mayo de 2010

SE VIENE, SE VIENE

Jueves 20, 20hs. Salón Blanco de la Municipalidad de Bahía Blanca, Alsina 65, primer piso.

miércoles, 12 de mayo de 2010

HOMERO

Me entero por el blog de Luis Chaves que Homero se pegó un palo con el auto y está internado en Dominicana. Desde acá mandamos fuerza, que de todos modos sabemos que tiene, y un poema para que ande por acá, cerca:

POEMAS

En vano trato de escribir poemas,
Me siento horas frente a una pared
Y a veces garabateo algunas palabras.
Mis sueños son números rojos,
La musa se fue para Punta Cana,
Mi vida pasa delante de mí como una ambulancia.
Mis vecinos jubilados me regalan cerveza
Y son felices con sólo no leer mis poemas.
Cada vez que salgo en busca de imágenes
Termino comprando salami en el supermercado.
Cuando regreso mi mamá está sentada en la mesa
Gritando “Hoy no se piensa comer en esta casa.
Mi hijo, dedícate mejor a cualquier otra cosa,
Donde no haga falta pensar y que te paguen dinero”.

Homero Pumarol

miércoles, 5 de mayo de 2010

EL QUE NO CORRE, VUELA

Se anuncia el inminente despegue de Ediciones de la Calle con la antología Más vale cinco volando, este viernes. Acá, a modo de celebracion, la inmortal Volare de Domenico Modugno:



y la estremecedora versión de los Gipsy Kings:

sábado, 1 de mayo de 2010

TRABAJADORES DE TRULALÁ

Carlos Di Cicco (1937-2005) fue oficial mecánico en el Galpón de Locomotoras de Ingeniero White y gasista a domicilio. Ferromodelista apasionado, supo construir en su casa una maqueta por la que se paseaban estos diminutos muñecos de madera balsa, ya sea que esperaran el tren, o volvieran a su casa luego de un día de trabajo, o simplemente se tomaran un merecido paseo en una tarde de otoño como ésta.
Como un modo de homenajear a todos los trabajadores en su día a través del trabajo de Di Cicco, Ferrowhite presenta desde mañana en La Casa del Espía la muestra "Esculturas para mirar con lupa". Les dejo el texto que escribió Luis Sagasti para la muestra, y entrada que hizo Nicolás Testoni en su blog.

PARA MIRAR CON LUPA

Los muñequitos de los chocolatines Jack descansaban –y aún hoy lo hacen-en unos ataúdes de chocolate, claro, que se comían en un santiamén casi sin saborear. El rango de emociones que provocaban lo encabezaba la sorpresa de que nos tocara uno que no teníamos. Y como no era cosa de todos los días comprarse un chocolatín, el desencanto hacía de la boca una trompa si el muñeco liberado ya figuraba en nuestra colección.

Los muñecos de Di Cicco, frontales y de colores puros bien de pomo como venían los Jacks, parecen ser parte de una colección infinita a la que no le falta ninguna pieza. Pero al mismo tiempo, cualquiera de ellos da la sensación de poder iniciar una serie que a su vez encabezaría a otra. De estos asuntos los chinos que Borges citaba o inventaba sabían mucho.

Solos o de a pares, los muñequitos, pensados para habitar la maqueta de una estación del ferrocarril, dan cuenta de un afán conciliador que da la impresión de no querer olvidarse de nadie. Todos los tipos sociales parecen tener cabida en el trabajo de Di Cicco. Como en los trenes del general Perón.

Esa conciliación no sólo es conceptual sino también plástica: puede advertirse en la factura de cada muñeco. Por un lado dan la sensación de ser esbozos, bocetos, algo inacabado, pero al mismo tiempo se percibe con claridad una dedicación silenciosa y tierna a la vez como si luego de cada jornada, la cabeza del trabajador necesitara restituirse a un cuerpo que por momentos debería sentirse como ajeno.

Y hay un par de muñequitos que parecen ser los más difíciles de conseguir.

Y contra lo que se cree, no es la pareja haciendo el amor. Seguro.

Y la impresión punzante de que la estación de trenes era una verdadera arcadia, donde todo era posible, como en Trulalá.

La colección de Jacks guardaba una epifanía de la que de chico uno no alcanzaba a darse cuenta: la posibilidad de observar por primera vez a Hijitus de perfil. Como ver al guarda tocar la campana de la estación, ni más ni menos.


Luis Sagasti