viernes, 27 de febrero de 2009

LAS RUINAS DE DISNEYLANDIA


¿Qué pasa cuando dos o más personas se encuentran y en poco tiempo intentan ponerse al día? Empecé a escribir las ruinas después de encontrarme con un amigo de la adolescencia que en cuatro frases lapidarias me puso al tanto de la vida de al menos ocho ex compañeros en común: cornudo; borracho; muy infeliz; quiere dejar al marido, pero los nenes; un garca... Me imaginé capturado en una frase; todo lo que hice, pensé, probé, fracasé condensado en cuatro o cinco palabras filosas y contundentes. Me dediqué, entonces, a registrar ese tipo de conversaciones, impiadosas a veces, precisas otras, siempre con un grado de densidad tal que acababan desprendiendo algo de poesía. En esa poesía del derrumbe reconozco a parte de mi generación.
Así que armé este collage que es, de algún modo, mi stay free.
La foto del equipo de los sueños es de Sergio Zaninelli, y fue la tapa de Berreta, Libros de Tierra Firme, 1998, en el que está el poema.

Las ruinas de Disneylandia

El Tato afanaba fasos

en el kiosco de la esquina,

meaba desde el techo a la vereda
y un día se hizo cura.

El Chile se choreó un Mercedes
para ganarse una minita;

fue a parar a Batán

y en un tumulto turbio

lo limpiaron.


Miguel está pelado, pero es buen tipo.

Norma, Laura y Marcela
son maestras, y todas
tienen más de un hijo.

El Cabezón embarazó a la novia y se cagó la vida.


El Topo se volvió abogado y si te ve, no te saluda.

Yo un día regalé
todos mis cassettes de Kiss,
y ahora los extraño.


El Conejo era Campera Negra.
La vieja le gritaba todo el santo día:
Vas a terminar mal
– le gritaba.
Me la veo venir – le gritaba.
Se casó con una gorda

que lo hizo evangelista.


El Panza transa merca de cuarta y levanta quiniela.

Ya tuvo una entrada en Villa Floresta.

La mujer le mete los cuernos.


Ricardito es Teniente de Navío y sueña

con un País definitivamente en Orden

y con rapar a todos esos
negros

vagos

de mierda.


Claudia se fue a Chile.


Silvina se fue a Santiago del Estero.


El hermano del Mono

se pegó un tiro en la cocina.
Siempre jugaba al fútbol con nosotros;
era más chico,

pero no se notaba.


Vos un día cruzaste la mano

de izquierda a derecha

en el agua de la sierra.
Escribiste una cosa que no sé.

Yo en la misma que supiste:
un tipo cuidadoso
de no joder

el sueño de nadie.
Kwai Chang Caine caminando
sobre papel de arroz.

jueves, 26 de febrero de 2009

VIAJAR CON ALEGRÍA

Oskar Alegría es fotógrafo, y amigo, y vasco. Ha viajado por el globo registrandolo todo, ya sea para algún diario, para alguna revista, o para su colección personal. Yo suelo embarcar seguido en su página Las ciudades visibles, en viaje por los detalles del mundo. Mi favorita es París, pero no dejen de dar una vuelta por Tokio, y también por Buenos Aires, que en la lente de Oskar es literalmente un poema.

domingo, 22 de febrero de 2009

STAY FREE

La guitarra es enérgica y traza, pese a la distorsión, una melodía tarareable. Combina el ataque directo del punk clásico con cierta gracia pop. Es una canción apta para el salto y el baile (sin llegar al pogo), y a la vez levemente melancólica. Tiene que ver, supongo, con los tonos menores que modulan la progresión de la armonía.

Entra la voz de Mick Jones para contar una historia con pocas palabras. Algo bien simple: no hay imágenes impactantes como en London calling, ni versos furiosos como en Career Oportunities, no tiene la ironía de Know your rights, ni busca la confrontación como los Pistols con su Dios salve a la Reina y a su régimen fascista. Es una historia con palabras corrientes que se despliega clara y directa. Trobar leu.

El ataque del verso es punzante, con sílaba inicial acentuada, punto en el que la voz sube para después discurrir como si bajara una loma, no en línea recta sino más bien trazando curvas amplias, llevada por el bordado melódico que dibuja el bajo de Simonon, en una trayectoria sin aristas.

El tema es del 78. Por ese entonces el punk se movía en la débil e imprecisa brecha que se abre entre la adolescencia y la juventud. Los Clash superaban con poco los veinte años, yo apenas tenía doce y obviamente no los conocía.

La canción es inusual porque va del pasado al presente, y el presente es el único terreno en el que se mueve el punk, autoproclamado sin futuro, desconectado de las generaciones anteriores, a las que rechaza, y con historias personales cortas (todos son muy jóvenes y esperan morir jóvenes también).

Pero en Stay free hay pasado, se filtra como humedad por esa brecha temporal y tiñe con una melancolía leve la canción. Es una canción ambigua, en parte amarga, en parte festiva, con algo de realismo resignado. Una suerte de carpe diem modesto para el mundo neoliberal, conservador y policíaco que impulsaban Reagan., Tatcher, y sus subordinados latinoamericanos de la Escuela de las Américas. Digamos, en Stay free no hay Sid Vicius, no hay Kurt Cobain, no hay vidas que se consumen para fogonear el mito y el mercado. En Stay free hay un respiro para sobrevivientes.



¿Qué cuenta la canción? Un par de amigos de la adolescencia, compañeros de salidas y fumatas en la escuela. Uno de ellos descarrila, se pelea con el tipo equivocado, va a parar a la cárcel de Brixton. Pasan los años. El que está libre lo recuerda, el que está preso finalmente sale. Sin embargo no se encuentran, uno entiende que ya no son amigos, que los une simplemente el hecho de haberlo sido, aunque esa unión distante se supone fuerte. La canción conjuga verbos en segunda persona, de modo que quien canta le habla a su amigo, recién salido de la cárcel, y le dice algo así como si tomás algo esta noche acordáte de mí (pausa) y tené cuidado (pausa) mantenete libre. Antes de decir stay free, la canción se detiene, queda suspendida en un borde, y el stay free sale casi susurrado: es un consejo, y es también un deseo. (Recuerdo ahora una entrevista en la que Boom Boom Kid decía: Escuchar a los Clash es como escuchar los consejos de alguien que te quiere mucho.)


El final es así: momento metronómico in crescendo, con bajo, batería y guitarras que acumulan tensión; se espera un acorde que resuelva, pero lo que se ofrece no es más que un organito tenue que instala una variación melódica, hasta que finalmente, sí, se desata un solo de guitarra.

Durante años, y sin darme cuenta, contuve la respiración en ese final, como si mis pulmones fueran un instrumento más, aunque inaudible, y exhalar, una suerte de bajo continuo sobre el que desplegaba el solo Mick Jones.


Les dejo también la versión de Fun People, más acelerada, con la letra en una traducción muy libre, a la Argentina, y a la vez muy cerca del original.



miércoles, 18 de febrero de 2009

DEMASIADO EGO


Este domingo en el suplemento Cultura de Perfil, la blonda Sonia Budassi le hizo las 10 preguntas de rigor al poeta de color Marcelo Díaz (en la foto con una actitud que envidiaría el mismísimo Hugo Moyano), quien respondió con garbo y donaire. Acá el texto:

LAS 10 PREGUNTAS / Sonia Budassi
Díaz: negociar las circunstancias
Marcelo Díaz ha publicado los libros de poemas "Berreta", "Diesel 6002" y "Laspada". En esta sección habla de las "Aventuras de Hijitus", su primera lectura, y dice que el escritor colombiano Fernando Vallejo -"alguien capaz de recoger el premio y dar un discurso agudo, refinado e impresentable"- debería ganar el Nobel.

Marcelo Díaz nació en Bahía Blanca en 1965 y estudió Letras en la Universidad Nacional del Sur. Publicó los poemarios Berreta (Libros de Tierra Firme, 1998), Diesel 6002 (Vox, 2001) y Laspada (El Calamar, 2004). Actualmente coordina el proyecto de teatro documental Archivo White, con la dirección teatral de Vivi Tellas. También tiene un blog (accionliteraria.blogspot.com)

—¿Cuál es el primer libro que recuerda haber leído?
—No fue un libro, sino un número de Aventuras de Hijitus. Yo no tenía más de cuatro años y no hacía mucho que había empezado a leer. Recuerdo que leía letra por letra, por lo que cada viñeta me llevaba un tiempo considerable y bastante esfuerzo. Tengo la sensación de haber estado semanas con esa revista. Cuando la terminé, la alegría fue inmensa, como si hubiera escalado el Everest.
—¿Cuál es su autor favorito vivo?
—Un triunvirato: Leónidas Lamborghini, Mario Bellatin, Alberto Laiseca.
—¿Qué libro se llevaría a una isla desierta?
—Ninguno. Después de la cuarta lectura y sin otro texto con que alternar, acabaría odiándolo. Prefiero llevar cantidad de cuadernos y biromes, y hacerme el Pierre Ménard: intentar escribir distintos libros ya escritos y formar mi propia biblioteca básica universal.


—¿Cuál es el último libro que leyó o que está leyendo en este momento?
—En los últimos meses leí el tomo VI de De la misma llama, de Darío Cantón, Distraídos venceremos, de Paulo Leminski y El retorno de lo real, de Hal Foster. Ahora estoy leyendo Mestizajes. De Arcimboldo a zombi, de Francois Laplantine y Alexis Nouss, que como es un diccionario te permite entrar por cualquier palabra e ir armando recorridos distintos cada vez.
—¿Qué libro reciente no pudo terminar de leer?
Ébano, de Ryszard Kapuscinski. No por falta de interés, sino porque se fueron cruzando otras lecturas y terminé perdiéndolo de vista. Supongo que en algún momento muy cercano lo retomaré, los libros de Kapuscinski han pasado a la categoría TAF (Textos Altamente Frecuentados) en mi biblioteca.
—¿Qué libro quisiera releer pronto?
Poema sucio, de Ferreira Gullar. Y hace ya un tiempo que planeo releer El discurso vacío, de Mario Levrero.
—¿Cuándo escribe?
—Cuando puedo, pero prefiero hacerlo por la mañana, temprano. Pero negocio con las circunstancias y lo hago en los momentos que se muestran propicios.
—¿Quién debería ser el próximo Nobel?
—¿Algún escritor palestino? Como eso no va a suceder jamás, diría Fogwill o Fernando Vallejo, alguien capaz de recoger el premio y dar un discurso agudo, refinado, e impresentable.
—¿Cuáles son sus rituales o supersticiones a la hora de escribir?
—Mucho mate (termos y termos) y música. La música varía según en qué fase del proceso de escritura me encuentre: si estoy comenzando a escribir, momento en el que produzco mucho, necesito un fondo, algo que no me distraiga. Cuando corrijo, elijo cuidadosamente qué escuchar. Los primeros discos de Patti Smith, Horses por ejemplo, favorecen fraseos extensos. The Clash, oraciones cortas. Tiger Lillies es ideal para procesos de collage, copiar y pegar, y cut up. Ahora alterno entre Beirut, Gogol Bordello y The Peronists, aunque todavía no calibré el efecto que me producen. Si necesito algo de concentración opto por 4'33", de John Cage, en modo repeat. Pero silencio, nunca.
—¿Cuál es su comienzo favorito de la literatura universal?
—Qué problema. Uno podría ser el comienzo de Tabaquería, de Alvaro de Campos-Fernando Pessoa: No soy nada./ Nunca seré nada./ No puedo querer ser nada./ Aparte de esto, tengo en mí todos los sueños del mundo. Pero según el día podrían ser los dos primeros versos de Zona, de Guillaume Apollinaire: Finalmente estás cansado de este mundo antiguo// pastora, oh Torre Eiffel, el rebaño de los puentes bala esta mañana. Aunque también le pondría unas fichas a Guilhem de Peitieu: Haré un poema sobre la pura nada.

sábado, 14 de febrero de 2009

PAISAJE CON MONTES INTRANSITABLES


O de la vida secreta de las ostras, o cómo hacer surf sobre el merchandising meloso de San Valentín. He aquí un texto de Alexander Kluge, del libro El hueco que deja el diablo, que me recomendara de manera entusiasta Marcelo Cohen, y al que decidí hacerle caso para comprobar que sí, que tenía razón, que es un libro tremendo.
Kluge puede escribir a partir de una noticia de diario, o de alguna historia que leyó o escuchó por ahí (los sesenta y tres centímetros de hielo que faltaron para que Hitler muriera en 1931 en un accidente automovilístico), o sobre alguna investigación histórica delirante (cómo la KGB, por ejemplo, preparó a un espía para que enamorara a la hija de Onassis, y qué diálogos imposibles acerca
del poder y la imprevisibilidad del amor mantenía Andropov con sus subordinados ), o en relación a anécdotas aparentemente menores (cierta conferencia que dió Marcel Proust, cuál era la película favorita de Walter Benjamin) a partir de las cuales despliega una escritura que pasa del registro ensayístico al diálogo teatral y de ahí a la ficción, sin transiciones.

PAISAJE CON MONTES INTRANSITABLES

El alto valle estuvo un rato envuelto por una nube. Los dos se pasaron toda una tarde mirando por las grandes venta­nas panorámicas que, como lados de un triángulo equilátero, daban a un lago lechoso. Tras ocho horas de conversación se habían propuesto aclarar su relación, pensaban mucho en PA­SAR EL TIEMPO, en asuntos prácticos como la comida, hacer una excursión, algo sencillo.

—¿Pedimos café?
—Por favor -respondió ella.

Le estaba agradecida. Hay que volver a lo simple, dijo él. Si fueran, por ejemplo, organismos unicelulares, u ostras, sa­brían qué hacer al ritmo del flujo y del reflujo, es decir, se abrirían con la marea alta para recibir sustancias flotantes y se cerrarían con la marea baja, para no secarse. Pero ella no es una ostra, y él no es el mar.

-He leído -dice ella- que las ostras, transportadas hasta Chicago desde la Costa Este de los Estados Unidos, siguen, en ese lugar continental, abriéndose y cerrándose cien días más según un reloj interno que se corresponde con las horas de la pleamar y la bajamar del Atlántico.
-¿Y después se las comen?
-Se convierten en objeto de investigación. Transcurrido ese tiempo se comportan de otra manera. Cuando se hicie­ron mediciones para ver a qué ritmo «respiraban» a partir de ese momento, se vio que ese ritmo era el mismo en el que, en Chicago, tendrían lugar el flujo y el reflujo si en esta ciu­dad hubiese algo que pudiera llamarse así.
-¿Y no se sabe cómo lo hacen?
-En absoluto.
-¿Tiene algo que ver con la luna?
-No lo creo.
—¿Y son totalmente exactas?
-Totalmente.

No obstante, esa tarde, la actitud emocional fue cam­biando en el transcurso de la conversación en que trataron de interpretar la situación y las turbias zonas pantanosas de sus costumbres sexuales. Por el mero hecho de tener los dos, de pronto, hambre; por ocuparse de ellos mismos durante ocho horas, de manera imperfecta, tuvieron la sensación de que pronto encontrarían una salida, una solución tan senci­lla como «y ahora nos vamos a comer». A la larga, eso inspira confianza, aunque no se aclare nada. Querían conversar así todos los años, en las alturas. Finalidad no tiene, dijo ella, pero sí calidez.

...........Cada cual tiene sus palabras mágicas,
...........parecen no significar nada,
...........sólo pasan, calladas, por el recuerdo,
...........ya ríe el corazón y llora...


Alexander Kluge. El hueco que deja el diablo, Anagrama, Barcelona, 2007.

miércoles, 11 de febrero de 2009

UN POETA DE SAN BERNARDO


Me rencontré en Facebook con unos cuantos amigos poetas chilenos a los que les había perdido un poco el rastro en el último tiempo. Entre ellos Yuri Pérez, que en un viaje de hace unos cuantos años nos recibió en su casa de San Bernardo a Cucurto y a mí, los argentinos de viaje, y a la comitiva santiaguina que por esos días, con infinita paciencia, nos alojó y alimentó: Cristian Gómez, Sergio Parra, Paloma Castillo, el Chico Figueroa (que me regaló una primera edición de La musiquilla de las pobres esferas, de Lihn), Antonio Silva y David Bustos. No está en la foto Germán Carrasco, en su casa esa noche, con parte de enfermo. En San Bernardo comimos como dioses un cocido que preparó Yuri, leímos en el jardín, y tomamos todo lo que nos pasó cerca, ya sea en vaso o en botella.
Mientras espero que me lleguen libros nuevos para saber en qué andan, subo este texto de Yuri del libro Cumbia, de 2003:


EL BOLICHE DE MI MADRE

Robaron el boliche de mi madre. Hoy Martes. Se llevaron el aparato telefónico. Una docena de huevos. Desapareció el cubrepisos adquirido en la feria persa. Se ha perdido el bicarbonato de Sodio. La receta de fluoxetina. Los malditos abrieron la caja de las monedas y sacaron de ella 1800 pesos que mi madre había destinado a la compra de papas, cebollas y ají de color. Robaron dulces, chocolates, galletas, arroz, jurel en tarro, lápices Bic, canela y el letrero CON QUE CARA PIDE FIADO SI CUANDO TIENE PLATA COMPRA EN OTRO LADO. Los tomates no existen, ni el ajo, ni los repollos, ni la caja de cartón habilitada para la sal, ni la foto del Papa. Se llevaron el talonario de boletas, no sé con qué fin, una tira de Metamizol Sódico, el paño para limpiar la vitrina de los dulces, el pan añejo, las tabletas antiácidas, la guía telefónica, la libreta de los créditos, la calculadora y los libros de contabilidad. Quemaron la silla de Coca Cola. Los Mercurios del siglo pasado. Los calendarios eróticos de Gloria Trevi, sus memorias, sus descargos. Quemaron la sonrisa de la casa. Robaron la ampolleta, los enchufes, la pala de la basura, la comida de los perros, el desodorante ambiental, las monedas de 5 pesos. El papel higiénico no, ni el cloro, ni la cera, ni el champú, ni el Rexona, ni el aceite emulsionado, ni el óxido de zinc. Tampoco las máquinas de afeitar traídas a Chile por un turista Quechua. El jabón Lux está en la repisa de siempre. También la pasta de zapatos y la crema para el acné. Dejaron el cortauñas, los encrespadores de pestañas, el maqui­llaje y los espejos de bolsillo tipo Barbie. El libro de Nerval no fue tomado. Ni Vallejo. Ni De Rokha. Ni Esenin. Ni Stella Díaz. Ni Romeo Murga. Las obras completas de Mistral siguen sobre la misma mesa. También las de Pedro Antonio González. Las de Pessoa. Las de Carlos Pezoa Veliz. Los poemas de Miguel Serrano. Se llevaron Los Veinte Poemas de Amor y Una Canción Desesperada de Neruda y los torpes intentos líricos de un vecino de infancia. Decidieron no llevarse el suplemento económico de La Cuarta. Ni la bomba cuatro, ni sus primas, ni sus hermanas. Ni el calendario de la Cicciolina. Mi madre gana 60.000 pesos al mes por concepto de ventas libres de impuestos. Con esta plata alarga su vida y huye de la trombosis. Con esta plata compra ansiolíticos. Calcio. Complementos Vitamínicos. Fierro. Ropa usada. Chancletas. El resto lo gasta en los caprichos de Modesto Segundo Pérez Pérez. Vino tinto. Aguardiente. Sucedáneo del café. Sucedáneo del jugo de limón. Hoy quise saludar a mi madre por teléfono.

miércoles, 4 de febrero de 2009

APUNTES NÓMADAS

Estuve unos días en Pehuen Co, cumpliendo con el ritual de las vacaciones: arena, sol, mar, tranquilidad, muchos árboles. Básicamente otro ritmo, desaceleración del día, tiempos lentos. Lo que se traduce como condiciones óptimas para la lectura. Fui con varios libros en la mochila, entre toallones y bronceador. Y leí, finalmente, Viajes con Heródoto, del polaco Ryszard Kapuscinski (1932 - 2007). Cronista, Kapuscinski recorrió el mundo del 50 en adelante cubriendo guerras, independencias, plagas, revueltas... Tenía una capacidad admirable para captar y describir el detalle cotidiano en medio de procesos globales. En un capítulo de Viajes con Heródoto se pregunta ¿cómo es el taller del griego? ¿cómo busca la información, cómo la escribe?. La misma pregunta se puede trasladar a Kapuscinski, y para responderla, recuerdo, hay un texto suyo que en el 96 publicó la revista Letra Internacional: Apuntes nómadas. El texto es extenso, así que seleccioné una parte que me resulta particularmente interesante por la pregunta que deja planteada ¿todo se puede escribir de la misma manera?:

Yo no soy esencialmente poeta, pero utilizo la poesía como ejercicio lingüístico; la poesía es irrenunciable para . Requiere una concentración lingüística extrema, y eso bene­ficia a la prosa. Mi prosa ha de tener música, y la poesía es ritmo. Cuando me pongo a escribir, tengo que encontrar un ritmo. En cuanto he encontrado el ritmo de la frase todo fluye. El ritmo le lleva a uno como un río, se nada en movimientos rítmicos. El ritmo lo encuentro mediante la intuición. Si no doy con la cualidad rítmica de una frase, la omito. La frase ha de encontrar primero un ritmo interior, luego la página y finalmente todo el párrafo. Así confiero a la prosa una dimensión poética. La poesía tiene una gran densidad, por lo que la prosa poética no puede abarcar demasiadas páginas.

Normalmente trato de encontrar frases breves, pues generan ritmo y movimiento. Son más rápidas y dan claridad prosa. Cuando escribí Imperio, constaté que si quería ofrecer una descripción más acertada necesitaba frases más largas. De pronto el estilo de mi escritura se transformó por completo. Se debía a la amplitud del asunto, que no puede abarcarse con frases breves. El estilo ha de ajustarse al objeto. Una descripción de la interminable amplitud del paisaje ruso requiere frases largas.

Además de la relación entre asunto y estilo, está la que liga al tema y el material lingüístico. Cuando escribí Rey de reyes, quería describir un poder autoritario. La mirada autoritaria de un poder autoritario tiene algo de anacrónico. Para expresar lo trasnochado del objeto debía despertar la impresión de algo superado, infinitamente envejecido. Mi crítica de la estructura autoritaria del poder se expresaba por medio de esta revelación de su extemporaneidad. También se trataba de revelar lo anacrónico de nuestro sistema autoritario en Europa del Este. De modo que leí cuidadosamente la vieja literatura polaca feudal de los siglos
XVI, XVII y XVIII. Encontré maravillosas palabras olvidadas muy expre­sivas y llenas de matices, y con todo ello elaboré un vocabu­lario particular.

El idioma español se caracteriza por una riqueza barroca, una especie de efecto rococó, colorida y cuajada de fiorituras, de juguetona imaginación y una fantasía inconmensurable. La prosa de mi pieza sobre la «guerra del fútbol» entre El Salvador y Honduras no es, por ello, sencilla, y es poco transparente precisamente por recoger esas tradiciones hispánicas.

En África, el material lingüístico ha de poder describir cualidades tropicales. La literatura africana contemporánea no se escribe en las lenguas autóctonas, sino en francés o en inglés. Eso impide que se establezca un vínculo pro­fundo con las lenguas tradicionales. Lo que uno puede apropiarse procede de los poe­tas nacionales de más edad. La poesía africana tradicional es ritmo, sencillez, repetición. A veces se repite una frase una y otra vez, y de esa repetición surge un efecto musical: la música, en el África tradicional, es fundamental­mente tambores, tambores que ha­blan. Sólo unos pocos escritores eu­ropeos han tratado de describir el ambiente y el clima de la espesa selva tropical. Probablemente sea Joseph Conrad quien más se haya aproximado a su esencia. La expe­riencia de los trópicos tuvo una enorme influencia en su prosa. Eso hace que aparezcan las repeticiones, los ritos, los misterios, algo surrealista, algo que lo rodea a uno sin que sea posible penetrar en el corazón de esa oscuridad. La lengua polaca no conoce esa tradición tropical y ha de vérselas con esa ausencia.

Siempre que se refiera a culturas foráneas, cada asunto re­quiere un cambio de estilo. Cualquier otra forma descriptiva resultaría artificial. Hay que dar la impresión de que se es­cribe desde el interior de ese clima particular, de esa cultura o situación.

Hay que crear una atmósfera en el interior de la prosa. No es posible describir el hielo siberiano de la misma ma­nera que el ardor del desierto. En el Sahara sólo hay vida por la mañana y al atardecer. Durante el día, sus habitantes están paralizados por ese calor espantoso. Permanecen tum­bados, esperando a que pase el día. Hay que describir esa lentitud, la parálisis, el paisaje totalmente muerto, la calma absoluta del calor tropical, el silencio del día tropical. La prosa ha de reproducir el vacío de esas horas. En el frío si­beriano en cambio se libra un combate perpetuo con la nieve. Cuando se avanza por una capa de nieve muy alta, a menudo se siente uno perdido. Surge la sensación de sen­tirse amenazado por el entorno. El entorno es un enemigo. Hace un frío helador, y el frío es el enemigo. La naturaleza no es pasiva sino una fuerza activa que hay que combatir a cada instante. No hay referencias, y uno sabe que si sigue perdido más de dos horas, morirá. Se experimenta una ten­sión constante. Un miedo inconsciente. La buena prosa ha de reproducir ese estado de tensión y la presión de esa natu­raleza agresiva y peligrosa.

Ryszard Kapuscinski, Apuntes Nómadas, en Letra Internacional, nº 44, Mayo-Junio 1996, Madrid.