sábado, 14 de febrero de 2009

PAISAJE CON MONTES INTRANSITABLES


O de la vida secreta de las ostras, o cómo hacer surf sobre el merchandising meloso de San Valentín. He aquí un texto de Alexander Kluge, del libro El hueco que deja el diablo, que me recomendara de manera entusiasta Marcelo Cohen, y al que decidí hacerle caso para comprobar que sí, que tenía razón, que es un libro tremendo.
Kluge puede escribir a partir de una noticia de diario, o de alguna historia que leyó o escuchó por ahí (los sesenta y tres centímetros de hielo que faltaron para que Hitler muriera en 1931 en un accidente automovilístico), o sobre alguna investigación histórica delirante (cómo la KGB, por ejemplo, preparó a un espía para que enamorara a la hija de Onassis, y qué diálogos imposibles acerca
del poder y la imprevisibilidad del amor mantenía Andropov con sus subordinados ), o en relación a anécdotas aparentemente menores (cierta conferencia que dió Marcel Proust, cuál era la película favorita de Walter Benjamin) a partir de las cuales despliega una escritura que pasa del registro ensayístico al diálogo teatral y de ahí a la ficción, sin transiciones.

PAISAJE CON MONTES INTRANSITABLES

El alto valle estuvo un rato envuelto por una nube. Los dos se pasaron toda una tarde mirando por las grandes venta­nas panorámicas que, como lados de un triángulo equilátero, daban a un lago lechoso. Tras ocho horas de conversación se habían propuesto aclarar su relación, pensaban mucho en PA­SAR EL TIEMPO, en asuntos prácticos como la comida, hacer una excursión, algo sencillo.

—¿Pedimos café?
—Por favor -respondió ella.

Le estaba agradecida. Hay que volver a lo simple, dijo él. Si fueran, por ejemplo, organismos unicelulares, u ostras, sa­brían qué hacer al ritmo del flujo y del reflujo, es decir, se abrirían con la marea alta para recibir sustancias flotantes y se cerrarían con la marea baja, para no secarse. Pero ella no es una ostra, y él no es el mar.

-He leído -dice ella- que las ostras, transportadas hasta Chicago desde la Costa Este de los Estados Unidos, siguen, en ese lugar continental, abriéndose y cerrándose cien días más según un reloj interno que se corresponde con las horas de la pleamar y la bajamar del Atlántico.
-¿Y después se las comen?
-Se convierten en objeto de investigación. Transcurrido ese tiempo se comportan de otra manera. Cuando se hicie­ron mediciones para ver a qué ritmo «respiraban» a partir de ese momento, se vio que ese ritmo era el mismo en el que, en Chicago, tendrían lugar el flujo y el reflujo si en esta ciu­dad hubiese algo que pudiera llamarse así.
-¿Y no se sabe cómo lo hacen?
-En absoluto.
-¿Tiene algo que ver con la luna?
-No lo creo.
—¿Y son totalmente exactas?
-Totalmente.

No obstante, esa tarde, la actitud emocional fue cam­biando en el transcurso de la conversación en que trataron de interpretar la situación y las turbias zonas pantanosas de sus costumbres sexuales. Por el mero hecho de tener los dos, de pronto, hambre; por ocuparse de ellos mismos durante ocho horas, de manera imperfecta, tuvieron la sensación de que pronto encontrarían una salida, una solución tan senci­lla como «y ahora nos vamos a comer». A la larga, eso inspira confianza, aunque no se aclare nada. Querían conversar así todos los años, en las alturas. Finalidad no tiene, dijo ella, pero sí calidez.

...........Cada cual tiene sus palabras mágicas,
...........parecen no significar nada,
...........sólo pasan, calladas, por el recuerdo,
...........ya ríe el corazón y llora...


Alexander Kluge. El hueco que deja el diablo, Anagrama, Barcelona, 2007.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

el diálogo sobre las ostras es para ponerlo en un marquito. no conocía nada de este autor

Marcelo Díaz dijo...

Creo que es lo primero que se traduce al castellano. El libro es muy bueno, pero como es de Anagrama, en Argentina el precio es salado en extremo. Ah, es cineasta.

Gabys* dijo...

Me gustó mucho. Yo encuadraría la última parte, esa de las palabras mágicas...