lunes, 8 de junio de 2009

UN TIPO QUE CAMINA

Era una serie mortalmente lenta. Era una serie en la que no pasaba nada. Era imposible jugar a Kung Fu, porque aún cuando las peleas eran atractivas, se desarrollaban en treinta segundos al final del episodio. El resto del capítulo consistía en: un tipo caminando, un tipo que se sienta en una piedra a tocar la flauta, un tipo que se encuentra con otros tipos, un tipo con cara de no entender ni qué pasa, ni qué dice el resto, ni qué hace él ahí en ese momento y en ese lugar (y ahora que lo pienso es la mejor definición de mi adolescencia, y es la imagen que siempre tuve de mi viejo, y es el estado en el que yo mismo me sorprendo a veces), un tipo que se va caminando. Todo eso con una amabilidad desesperante.
Kwai Chang Caine está siempre en tránsito de un lado al otro, parece no haber un lugar para él en el mundo; si lo hay, no lo conoce; improvisa sobre la marcha pero piensa muchísimo antes de tomar una decisión, se mueve en otra temporalidad. Y no hace demasiado. Sin embargo, si pasa una tarde entera pelando un palito abajo de un árbol, sabemos que ahí, en esa pasividad, se está incubando la acción. Sabemos que se mueve por dentro: recuerda "lecciones" que aprendió de un par de viejos chinos, que termina de comprender diez años después. Son lecciones de una sabiduría kitsch y bastante berreta, pero que le alcanzan para salir de su letargo, tirar tres patadas en cámara lenta y arreglar un poco las cosas sin arreglarlas nunca del todo, porque no es ni un superhéroe, ni uno de esos policías yankis que capítulo a capítulo resuelven robos o asesinatos sin una sombra de duda.
Y como nunca termina de resolver esas cosas que no se resuelven en un episodio, porque con tres patadas no alcanza, o porque la filosofía no funciona en cuarenta minutos, o porque la solución es posible, sí, pero en el próximo capítulo, el tipo se calza el morral, agarra la flauta y vuelve a caminar, caminar y caminar con ese aire entre absorto y melancólico.

9 comentarios:

Marina Yuszczuk dijo...

Qué lindo, Marcelo! Nunca vi ese programa pero ahora lo quiero y me entristece que se haya muerto el tipo. Alguien con una mirada interesante y que escribe tan bien hace que quieras más las cosas.

jorge chiesa dijo...

Marcelo, no sé si habrás visto alguno, pero llegaron a fabricarse disfraces de Kung Fu (digamos hace 30 años). Yo tuve uno: sombrero, chaleco de arpillera y dos morrales. Prevalecía el color marrón, excepto uno de los morrales que creo era verde. Todo muy sobrio, casi pobre. Pero se podía jugar con ese disfraz y el juego consistía lógicamente en disfrazarse. Tal vez después fuera un poco aburrido imitar la lentitud y los escasos movimientos Kung Fu, pero no por eso dejaba de ser un juego. Bueno, eso era todo, muy emotivo el post, me hiciste acordar de ese disfraz y se me piantó el lagrimón.

Marcelo Díaz dijo...

Mar, gracias. Yo quedé un poco triste, la verdad.
Jorge, no, no conocía el disfraz de Kung Fu, pero es buenísimo, de arpillera! Habría que estudiar más detalladamente la influencia de Kung Fu en la infancia de los 70: por ejemplo, en el fútbol me acuerdo de actitudes de artes marciales, como que te reventaran a patadas y después te ayudaran a levantarte del piso (el mismo que te pateó) como si se tratara de un monje shaolín que te pegó porque la situación lo requería, no porque fuera algo personal.

Anónimo dijo...

Es curioso que el papel de Kung Fu estuvo pensado en primera instancia para ser personificado por Bruce Lee. De haberlo hecho, nunca hubiesemos accedido a este heroe zen.
saludos
Martín

Mario Arteca dijo...

Marcelo, me gustaba Kung Fu, era la época del sipalki-do, el karate pre-Kid, y el Yoga, antes de volverse un asunto de autoayuda. Es verdad, el tipo era lentísimo. Me quedo con sus films pseudo-hippies de fin de oos 60 y principios de los 70, cuando sólo era el hijo de John Carradine (éste último, una especie de mayordomo perfecto en las películas clase B neo-hippies de fin de los 60. Hasta actuó en "Cuerpo transplantados", del año 70, aprox, cuando se anticipab a esta fiebre siempre insuficiente de los transplantes de órganos. Hasta actuó junto a los Pretty Things!!! gran grupo de garage-psicodélico de mediados de los 60). La gente lo recordará en Kill Bill, lo bien que hará, con esa muerte en clave virtual, desconectándole los puentes básicos al corazón. Morir con Uma Thurman, fabuloso: Pegame y llamame Uma.) Hoy lo más parecido a Kung Fu es un tipo caminando en la calle, leyendo un libro, y en el momento de cruzar una avenida, frena, apenas observa, espera y luego sigue, y siempre avanzando páginas, cuando él sólo era una totalidad inmóvil. Un abrazo, grosso blog.

Marcelo Díaz dijo...

Sí, Martín, Bruce Lee hubiera hecho un Caine eléctrico y desangelado. Nada más acordarse cómo se movía Kato en el Avispón Verde...
A mí me encantaba Kung Fu, Mario, es de esa familia de héroes contemplativos o contra su voluntad que dio la tele de esos años, como El Fugitivo (un poco anterior) o El Increíble Hulk (todo el capítulo esperando la frase "no soy yo cuando me disgusto"), pero Kung Fu le agregaba reflexión. No importa que los monjes dijeran líneas que parecían escritas por Narosky, importa el gesto de parar la pelota, serenar el ánimo, pensar. Como decís vos, la actitud de alguien que lee. Riquelme hubiera dado un buen Kung Fu si no fuera tan amargo.
Abrazos

Carlos Sandoval dijo...

Marcelo, me dio un gusto enorme descubrir esa mirada sobre el "pelao cun fú" , aunque debo decirte que nosotros si aprendimos a jugar a cun fú, a realizar ciertas cosas y quedarnos en el molde como si nada hubiera pasado.
Te dejo un abrazo y cuando quieras pegate una vuelta por mi
blogcito
PD: un saludo a Silvia Castro que me paso esta direccion.

Silvia Castro dijo...

claro, yo leí esto, lo pasé y no lo comenté...

Marcelo, sabés que hace muuucho te ví en algún pasillo de la UNS, cuando yo era compa de Sergio Raimondi, y vos y él creo, aún eran mateístas

hace mucho más tiempo, creo que ni leer sabía, veía Kung fu y no entendía casi nada de eso, siempre fue como pre-racional

música rara, arena pateada para irse o llegar, caras de sol, mucho contraste entre la recontra luz de afuera y la recontra oscuridad de adentro...

no sé si lo q más me pegó de lo q escribiste es eso del Kitch Zen, lo de la amabilidad desesperante, la acción incubada, o las cosas arregladas nunca del todo,

creo que es más bien prelingüística la cuestión, está bueno recordar cuando uno no sabía leer todavía

la cabeza sonaba como una cámara...

un saludo

Silvia

Marcelo Díaz dijo...

Gracias, Silvia. Así que compartimos pasillos de Universidad. Ya voy hacia tu blog.