Salió el número 20 de la revista Otra Parte, bajo el título crónicas de la cultura, con este material: Memoria del rock - Juan Villoro / En China - Néstor García Canclini / Lectura y transporte - Marcelo Cohen / Milpalabras - Alan Pauls / Playback en la peatonal - Marcelo Díaz / Bloggers - Daniel Link / Conversación con Martín Caparrós - María Moreno / Tele-patía - Carlos Busqued / Spinetta en vivo - Laura Ehrlich y Germán Conde / Sobredosis de arte - Graciela Speranza / Diseño real - Oscar Fuentes y Silvia Schwarzböck / Naturaleza urbana - María Sonia Cristoff / Museo del Holocausto - Patricio Lenard / Teatro de revista - Diego Fusco / Cine de verano - Matías Capelli / Cuaderno. ¿Qué es lo contemporáneo? - Giorgio Agamben. Les dejo un fragmento de la crónica de Juan Villoro (que pueden leer completa en el sitio de Otra Parte):
Bailando en el espacio.
Hubo un tiempo en que el espacio exterior quedaba en México. En los años sesenta el rock llegaba desde un planeta remoto. De pronto, nuestra provincia se vio asaltada por los Fabulosos Cuatro: John, George, Paul y Ringo (siempre mencionados en ese orden). Cuarenta años después de la muerte del general Álvaro Obregón, los mexicanos nos enfrentábamos al dilema de estar in o estar out.
Hubo un tiempo en que el espacio exterior quedaba en México. En los años sesenta el rock llegaba desde un planeta remoto. De pronto, nuestra provincia se vio asaltada por los Fabulosos Cuatro: John, George, Paul y Ringo (siempre mencionados en ese orden). Cuarenta años después de la muerte del general Álvaro Obregón, los mexicanos nos enfrentábamos al dilema de estar in o estar out.
Los niños de la época oíamos la radio con el asombro con que se oyó la adaptación de Orson Welles de La guerra de los mundos y llevó a creer a los habitantes de Nueva York que los verdes alienígenas habían estacionado sus platillos en la avenida Madison.
Las emisoras que transmitían rock eran oráculos de lo nuevo y se dejaban influir por nuestras emociones. Aún sé de memoria los teléfonos que marqué hasta sentir que se me borraban las huellas digitales: el de La Pantera (2-4-6-590) y el de Radio Éxitos (21-18-78). Una voz magnífica, de capitán intergaláctico, preguntaba: “¿Por quién votas?”. Había que apoyar a los Stones o a los Beatles, a los Animals o a los Hollies. Nuestros remotos ídolos flotaban en la Dimensión Desconocida.
En ocasiones, la Caravana Campeona de la radio se ubicaba en alguna esquina a repartir regalos. Para obtenerlos había que pronunciar consignas de responsabilidad social y buena vibra, por ejemplo: “Ahorra luz y sé tú mismo”. Estas claves eran tan fascinantes y herméticas como las que se gritaban por walkie-talkie en el programa Combate: “Jaque mate Rey dos”, decía el sargento Saunders. “Aquí Torre blanca”, respondía un héroe subordinado.
Las canciones de rock llegaban como contraseñas de un impreciso más allá, similares al himno de la otredad que se puso de moda poco antes: “Los marcianos llegaron ya / y llegaron bailando ricachá”. En aquel tiempo optimista, los encuentros del tercer tipo parecían una oportunidad para aprender pasos de baile en la pista del cosmos.
Pero el tiempo avanza y a partir de febrero de 2008 el universo es como el DF de mi infancia: una sonda espacial transmite música de los Beatles. “Mándenle mi amor a los alienígenas”, comentó Paul antes del despegue, en el tono en que antes mandaba besos a las chicas.
La cápsula avanza a ciento sesenta y ocho mil millas por hora dispuesta a poner al día a planetas ubicados a millones de años. Nunca es demasiado tarde para saber que en un punto de la galaxia latió el corazón ye-ye.
La melodía que inicia el hit-parade interestelar es “A través del universo”, elección quizá demasiado obvia. La NASA debe pensar que los extraterrestres aún no están listos para “Soy la morsa”.
Todo proyecto nómada es compensado por uno sedentario. Desde que Abel y Caín dividieron a la tribu, unos viven para irse y otros para quedarse. Mientras una nave viaja con música de los Beatles, un hotel de Liverpool ofrece la oportunidad de dormir dentro de un disco del cuarteto (o algo parecido). El local lleva el previsible nombre de A Hard Day’s Night y otorga valor simbólico a un rasgo insulso de otros albergues: el huésped es tratado como Hombre de Ninguna Parte. Ahí eso no significa una despersonalización sino un homenaje.
Como el negocio sólo tiene cuatro estrellas, el mundo Beatle se reduce a fotos de los ídolos y cerillos alusivos. A los clientes con iniciativa, se les recomienda llevar un submarino amarillo para la bañera.
En cierta forma, el hotel sugiere un proyecto clandestino de los Rolling Stones; no parece destinado a promover la beatlemanía, sino a culpar a Ringo de que no haya agua caliente.
En cambio, hay algo grandioso en pretender que el cosmos reciba un impacto pop. Cuando seres provistos de seis orejas o epidermis auditiva escuchen a John Lennon, el planeta del cantante habrá desaparecido. Entre las muchas empresas inútiles de la especie esta es una de las más conmovedoras. La arrogante civilización que inventó el top ten propone una hazaña sin recompensa.
La nave sin destinatario visible circula por el frío espacio donde nadie puede oír tu grito. Más allá de los asteroides y las cambiantes lunas, alguien recibirá esa melodía.
Desde 2008 los extraterrestres pueden ser como nosotros. La voz de los Beatles llegará a los confines de la galaxia como en los años sesenta llegó a mi barrio, que entonces se ubicaba en el espacio exterior.
Juan Villoro (Ciudad de México, 1956) es narrador, ensayista y cronista. Entre sus últimos libros publicados se cuentan la nouvelle Llamadas de Ámsterdam (Buenos Aires, Interzona, 2007) los relatos de Los culpables (Buenos Aires, Interzona, 2008) y la colección de ensayos literarios De eso se trata (Barcelona, Anagrama, 2008).
4 comentarios:
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ah, no, ¿no estamos en facebook? bueno, ok.
Pero igual nos gusta!
LEA UNAS AVENTURAS NOVEDOSAS:
LAS DE MARGE, EL MONO TUCÁN
(Y AQUEL HIJO: ADRIÁN S. SIÓN)
Obeydawalrus. M.
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