martes, 15 de junio de 2010

IMAGINACIÓN Y DESEO


Desde hace apenas quince días voy, cada mañana, al edificio que el 9 de enero de 1922 se inauguró como estación terminal de la Compagnie de Chemin de Fer de Rosario à Puerto Belgrano (Compañía del Ferrocarril de Rosario a Puerto Belgrano), a la vera del arroyo Napostá, en la por entonces reciente Villa Mitre. 

El edificio fue sucesivamente terminal ferroviaria, parroquia y terminal de colectivos, sin contar los años en que estuvo abandonado y al parecer (según cuentan algunos vecinos) ocupado por familias sin techo.

El estado municipal de Bahía Blanca ha puesto en marcha un Centro de Gestión Comunal en ese lugar, y estamos montando allí un espacio o plataforma de acción cultural, con la idea de trabajar sobre y a partir de la historia del barrio, y organizar una serie de muestras, talleres y proyectos en el cruce entre arte, historia y otras prácticas y disciplinas. 

Como una de las cuestiones a pensar desde la Estación Rosario será la ciudad misma (Villa Mitre, también seguramente Bahía Blanca), traigo, como aporte a ese proceso, un texto del geógrafo marxista David Harvey:

El derecho a la ciudad 

La ciudad, escribió una vez el reputado sociólogo urbano Robert Park, es uno de los intentos más consistentes, y a la postre, más exitosos del hombre, de rehacer el mundo en el que vive a partir de sus anhelos más profundos. Si la ciudad, en todo caso, es el mundo que el hombre ha creado, es también el mundo en el que está condenado a vivir. Así, de manera indirecta y sin una conciencia clara de la naturaleza de su tarea, al hacer la ciudad, el hombre se ha rehecho a sí mismo.

El derecho a la ciudad no es simplemente el derecho de acceso a lo que ya existe, sino el derecho a cambiarlo a partir de nuestros anhelos más profundos. Necesitamos estar seguros de que podremos vivir con nuestras creaciones (un problema para cualquier planificador, arquitecto o pensador utópico). Pero el derecho a rehacernos a nosotros mismos creando un entorno urbano cualitativamente diferente es el más preciado de todos los derechos humanos. El enloquecido ritmo y las caóticas formas de la urbanización a lo largo y ancho del mundo han hecho difícil poder reflexionar sobre la naturaleza de esta tarea. Hemos sido hechos y rehechos sin saber exactamente por qué, cómo, hacia dónde y con qué finalidad ¿Cómo podemos, pues, ejercer mejor el derecho a la ciudad?

(…)

¿Pero de qué derechos hablamos? ¿Y de la ciudad de quién? Los comuneros de 1871 pensaban que tenían derecho a recuperar “su” París de manos de la burguesía y de los lacayos imperiales. Los monárquicos que los mataron, por su parte, pensaban que tenían derecho a recuperar la ciudad en nombre de Dios y de la propiedad privada. En Belfast, católicos y protestantes pensaban que tenían razón, lo mismo que Shiv Sena en Bombay cuando atacó violentamente a los musulmanes ¿No estaban todos, acaso, ejerciendo su derecho a la ciudad? “A derechos iguales” –constató célebremente Marx- “la fuerza decide” ¿Es a esto a lo que se reduce el derecho a la ciudad? ¿Al derecho a luchar por los propios anhelos y a liquidar a todo el que se interponga en el camino? Por momentos el derecho a la ciudad parece un grito lejano que evoca la universalidad de la Declaración de Derechos Humanos de la ONU ¿O será que lo es?

Marx, como Park, pensaba que nos cambiamos a nosotros mismos cambiando el mundo y viceversa. Esta relación dialéctica está anclada en la raíz misma de todo trabajo humano. La imaginación y el deseo desempeñan un papel importante. Lo que distingue al peor de los arquitectos de la mejor de las abejas –sostenía Marx- es que el arquitecto erige una estructura en su imaginación antes de materializarla en la realidad. Todos nosotros somos, en cierto modo, arquitectos. Individual y colectivamente, hacemos la ciudad a través de nuestras acciones cotidianas y de nuestro compromiso político, intelectual y económico. Pero, al mismo tiempo, la ciudad nos hace a nosotros. ¿Puedo acaso vivir en Los Ángeles sin convertirme en un motorista frustrado?

(…)
  
Pero también pueden definirse nuevos derechos. Como el derecho a la ciudad, que no es, como decía al comienzo, el simple derecho a acceder a lo que los especuladores de la propiedad y los funcionarios estatales han decidido, sino el derecho activo a hacer una ciudad diferente, a adecuarla un poco más a nuestros anhelos y a rehacernos también nosotros de acuerdo a una imagen diferente.

La creación de nuevos espacios urbanos comunes, de una esfera pública con participación democrática activa, requiere remontar la enorme ola de privatización que ha sido el mantra de un neoliberalismo destructivo. Debemos imaginarnos una ciudad más inclusiva, aunque siempre conflictiva, basada no sólo en una diferente jerarquización de los derechos sino también en diferentes prácticas políticas y económicas. Si nuestro mundo urbano ha sido imaginado y luego hecho, puede ser re-imaginado y re-hecho. El inalienable derecho a la ciudad es algo por lo que vale la pena luchar. “El aire de la ciudad nos hace libres”, solía decirse. Pues bien: hoy el aire está un poco contaminado; pero puede limpiarse.

David Harvey es un geógrafo, sociólogo urbano e historiador social marxista. Entre sus libros traducidos al castellano en los últimos años están: Espacios de esperanza (Akal, Madrid, 2000) y El nuevo imperialismo (Akal, Madrid, 2004). El texto completo y otros textos de Harvey acá.

3 comentarios:

Anónimo dijo...

Que bueno que acerques palabras de Harvey a la ciudad. Milton Santos y Kevin Lynch siguen la misma línea de respeto por la construcción de la ciudadanía y la ciudad entendida como un espacio pedagógico. Bueno sería que Valerio dé una oportunidad a estas ideas no ?

Un saludo.

Fermín.

Anónimo dijo...

PD: Olvidé felicitarte/los por el espacio. Éxitos.

F.

Marcelo Díaz dijo...

Gracias, Fermín. Está bueno acercar textos para pensar estas cosas, pero también, me parece, hay que atender a muchas agrupaciones de vecinos, que sin teoría encima conocen el lugar en el que viven y saben qué quieren para su vida ¿no? y esas acciones que a veces acompañan, a veces condicionan la acción del estado uno las empieza a ver en Bahía.