sábado, 7 de mayo de 2011

LA PEPA DORADA DEL DOMINGO


El miércoles pasado falleció en Jujuy Néstor Leandro Álvarez, más conocido como Néstor Groppa (1928-2011), nombre artístico que al parecer definió en Tilcara con Pompeyo Audivert cuando estaba por sacar su primer libro. 
No conocí a Groppa personalmente, pero desde enero de 2003, cuando escribí un comentario para acompañar algunos poemas de LOS TIPROFI (libro que permanece inédito) nos empezamos a escribir. En realidad empezó él para agradecer el texto y mandarme un paquete con tres o cuatro libros suyos que fue una alegría enorme recibir. Desde 2003, recibí cada tanto  un paquete con libros que llegaban de Jujuy (cuando no eran suyos eran de escritores jujeños que me sugería leer).  
Su escritura estaba siempre de buen humor ("Demos gracias a Macri, a sus millones y a su correo gracias al cual los libros de poesía circulan por el país. Macri los poetas te recordamos y alabamos, aún cuando nuestra existencia no te interese en lo más mínimo, amén" decía un papelito manuscrito que venía en una de las encomiendas). 
Como era un viejo moderno nos hicimos amigos en facebook y cada tanto cruzábamos mensajes. Siempre estaba por hacer algo, como hizo toda su vida: sacar revistas, fundar editoriales, organizar lecturas, muestras... Tengo en la biblioteca los dos tomos de Tarja (que Groppa cofundó y codirigió) que en una hermosa edición facsimilar editó la Universidad de Jujuy en 1989. Tarja es un ejemplo de mirada local y global, arte y preocupación social, pero básicamente Tarja deja la sensación de que aún cuando traduzca a Eluard, no podría haberse hecho en otro lugar más que en Jujuy. Y eso es algo de lo que aprender (que por lo menos a mí, poeta bahiense, me interesa aprender).
Groppa era un poeta cronista. Escribía en el diario local poemas semanales. Todas las semanas un poema. Mezclaba momentos de alta temperatura lírica con fragmentos de clasificados. Podía hacer un poema sobre una farmacia como sobre las empanadas. Pero no a lo Neruda, no. Groppa no hacía una épica de lo cotidiano. Iba, miraba, tomaba notas en una libretita, se preguntaba por trabajos insignificantes, por todo lo que hacía que la ciudad de Jujuy se moviera: colectiveros, barrenderos, comerciantes, cocineros, maestros (como fue él); iba contra el torpe silencio que borra existencias y trabajo.

Yo lo releo y me pregunto: ¿cómo hacía para escribir esto? y veo qué aprendo. Les dejo dos poemas, del Tomo VI de Anuarios del tiempo (recopilación de sus textos publicados en el diario Pregón, desde 1960 a 1996):

Los breves domingos con empanadas


Hay enflorados, alegres domingos
con empanadas “de confianza”.
Excepcionales
domingos que continúan
lentos y mansos
vinos del sábado.
Serenos, inusuales amaneceres
de domingos
con mágicos
campanarios
voladores
y devotas abuelas envueltas
en aroma a jazmín del pasado.
Hay noches de baile
que languidecen,
que van mermando
su raudal y río
de luz.

Dadnos las empanadas
de cada domingo
y dejadnos caer en la tentación;
en su clarinada de cebollín
de verdeo con ají,
su sancocho y jugo
su recado en crocante y dorado
repulgo,
su friso de cimba
y voluta
entre los ojos antiguos y gozosos
del aceite.

Dadnos las empanadas
de la mediamañana
y no nos libres de ellas
en esos caserones
con emparrados claros
de frescos contraluces
nimbando hojas
y lajas
y pollos picoteando.

Dadnos el carozo
de la mañana
del domingo;
la pepa dorada
del domingo
el apetitoso olor a freiduría
convocante y evocante
y la celebración del vermú
por cada villa.
Y déjanos caer en la tentación.
Dadnos la amistad,
la reunión, la charla,
el reencuentro con la paz
bajo un toldo
de chicharras
en verano.
La alegría
de haber cerrado la semana,
la sensación
de haber sacado la tarea,
la confianza y la pureza
para recomenzar
otra quincena.

La ciudad se prepara
- la vemos desde lejos –
alentando humos,
disponiendo visitas,
labrando el mediodía
con vasos y aromas bordados
especialmente;
y hay ya viejos sitios,
sitios habituales,
donde florece la costumbre
la sobreentendida presencia
- aún la de los ausentes –
de reunirse en el vermú para florearse
en borratinas (antes), prode
y tómbola.

Y para el domingo consagrado
de los pueblos menores,
las mañanas de visitas
entre compadres
y boliches y carreras
de bicicletas.
Está la empanada
en su canasta olorosa, cubierta
con mantel blanco y planchado
a orillas de la cancha de fútbol
de la ruta,
la empanada callejera
(por oposición a la bolichera)
ofrecida en el correr
del día, a pleno aire
y con la garantía por un año
del delantal blanco y el blanco
gorro
de la empanadera.

Dadnos las empanadas de cada domingo
y dejadnos caer en su tentación
y líbranos de todo mal
vesicular.
Como una costumbre
nacional y sana
de colocar al pie
del mediodía
la ofrenda de la servilleta
de papel de seda,
el vaso
y la simple iluminación
fraterna de la charla,
fraternal y vecinal del descanso
que prescribieron
los sabios y pobres doctores
de la Biblia.
Dadnos la humilde empanada
y muy ocasionalmente
también sean
y bienvenidos
los pomposos y rumbosos
“HOY – pollo a la casuela,
picante de gallina. Fricasé
y milanesa a la caserola (sic) – HOY”.

g.

domingo 18 de febrero de 1979



Vecinos

La gente se muda.
Muda de casa
o de oficio.
Donde hubo casa de comida,
hoy es tienda;
donde estuvo el hindú
con su verdulería
y el caballo pensativo y el carrito,
hay una disquería;
donde nadie estuvo
sigue no habiendo nadie.
Todos conocimos al diariero
convertido en un inspector de ómnibus;
el cafetero de la Gobernación
vuelto pintor de liso
y al fotógrafo de la plaza
que antes fue taximetrero.

Todos conocimos
a la niña que jugaba
en la vereda de su casa,
ahora empleada
en un comercio del centro;
y a María, mucama del médico,
que ya es encargada
en Salud Pública;
y a otra María
que atiende la caja de la pinturería.

Así cambian
y transmutan, transitan,
los vecinos.
Cambian de razón social,
de barrio
de costumbres;
prenden un renuevo de chispas floridas
en sus vidas sedentarias.
En estos días
de fábricas y empresas nuevas
muchos cambiaron
de querencia y de labor.

En la ciudad,
otros tomaron
nuevas flores, marcas y orlas
de los nuevos oficios:
pasaron a pulsar
nueva realidad,
y nadie preguntó
por aquellas barrenderas municipales
que conversaban al alba
en la calle, junto a las veredas
y la tormenta.
Nadie preguntó
por aquellos encofradores golondrinas
atando los árboles de hierro
del puente Asunción;
nadie preguntó jamás
qué fue de los peones
que armaron la pista
del Tiany o del Satany, en el ’56.
Nadie jamás volvió a hacer recuerdo
de nadie.
Un torpe silencio. Un implacable
Suceder
de semanas
siguió a este asombrado
paseo de la luz
bajo una inexplicable, intolerable
fatalidad de gente
que el mundo desgrana.

Y ya nadie preguntó
por nadie,
porque muchos
cambiaron oficios de cantar y silbar
por el viejo oficio
de los muertos.
Habían desertado
alegres, inocentes,
como antes,
del frente de batalla
de la vida.
Y no los buscaba nadie
-solamente el recuerdo-
ya que son los que toman por el tiempo
y se internan bien lejos,
de espaldas
al presente.

g.

jueves 23 de noviembre de 1978

3 comentarios:

Natalia Martirena dijo...

un viejo joven que te mandaba encomiendas con libros, eso era un gesto genial que lo pintaba de pies a cabeza, imagino preparando los libros, caminando derechito a correo. esos que dejan hueco y merecen recordarse mucho. gracias por recordarlo

Germán dijo...

En agosto de 2009 le envié un ejemplar de "Pueblada" con mucha verguenza, después de recibirlo me pidió mi dirección para enviarme "Anuarios del tiempo", me sugirió que ni bien lo recibiera le escriba para confirmar el recibo del libro. Pasaron tres semanas y nada, mediante un mail se lo comuniqué. A la semana volvió el cartero con "Los Anuarios..." y dentro un papelito que decía: segundo intento, con un libro recibido es suficiente. Espero conocerte algun día.
No voy a olvidarlo, en estas noches ando con su "Libro de Ondas".

Marcelo Díaz dijo...

Yo también ando con el Libro de Ondas