Otra Parte es una revista de letras y artes dirigida por Marcelo Cohen y Graciela Speranza que va por el número 15 (acaba de salir). El consejo asesor es un lujo y cada número la oportunidad de tomarle el pulso a los problemas y las propuestas más interesantes del arte y la vida contemporáneas. De un número de Otra Parte (no recuerdo cuál porque lo presté) tomo prestados unos fragmentos de El éxtasis de las influencias, de Jonathan Lethem. Y además anuncio que Cohen y Speranza estarán por Bahía Blanca el viernes 12 de septiembre... pero eso es para otro post, esperen novedades.
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"Cuando se vive fuera de la ley hay que eliminar la deshonestidad." La frase proviene de un policial negro de Don Siegel llamado The Lineup, de 1958, y fue escrita por Stirling Silliphant. El filme aún se muestra en las salas de reestreno, es probable que por la incandescente interpretación que Eli Wallach hace de un asesino a sueldo psicópata y por la carrera extensa y sólida de Siegel.
¿Pero cuál era el valor de aquellas palabras -para Siegel, Silliphant o el público— en 1958? ¿Y cuál era su valor cuando Bob Dylan las oyó (es de suponer que en una sala de reestreno de GreenwichVillage), las remozó un poco y las insertó en la canción "Absolutely Sweet Mary"? La apropiación siempre ha jugado un papel clave en la música de Dylan. El cantautor ha hecho uso no sólo de toda una colección de filmes clásicos sino también de Shakespeare, F. Scott Fitzgerald y las Confesiones de Yakuza de Jinichi Saga. También incautó el título del estudio de Eric Lott sobre los trovadores (de 2001) para su álbum Love and Theft. La originalidad de Dylan es una con sus apropiaciones.
Lo mismo podría decirse de todo arte. Hace mucho tiempo que la literatura vive en medio del saqueo y la fragmentación. A los trece años compré una antología de escritores beat. Inmediatamente y con gran placer descubrí a cierto William Burroughs, autor de un libro llamado El almuerzo desnudo, de quien el libro traía una muestra brillante. Burroughs era entonces el hombre de letras más radical que podía ofrecer el mundo. Y nada, en toda mi experiencia posterior de lector, tuvo en mí tanto efecto en cuanto a las posibilidades de la literatura. Más tarde, tratando de entender por qué, descubrí que Burroughs había incorporado a su obra pasajes de otros escritores, un acto que mis maestros habrían llamado plagio. Algunos de los préstamos provenían de la ciencia ficción norteamericana de los años cuarenta y cincuenta, lo que agregaba la sorpresa de otro reconocimiento. Para entonces ya sabía que este cut-up method, como lo denominaba Burroughs, era esencial en su obra, y que el autor lo creía casi literalmente emparentado con la magia. Burroughs estaba interrogando el universo con tijeras y pegamento, y el menos imitativo de los autores no era ni por asomo un plagiario.
La ansiedad de la contaminación. El collage visual, sonoro y textual fue durante siglos una tradición relativamente furtiva (un centón por aquí, un pastiche folklórico por allá), pero en el siglo XX estalló en el centro de diversos movimientos: futurismo, cubismo, dada, música concreta, situacionismo, pop art y apropiacionismo. De hecho podría decirse que, como denominador común de la lista, el collage es la forma de arte predilecta del siglo XX, ni hablar ya del XXI. Pero olvidemos por un momento cronologías, escuelas e incluso siglos. A medida que acumulamos ejemplos —la música de Igor Stravinsky y Daniel Johnston, la pintura de Francis Bacon y Henry Darger, las novelas del Oulipo y las de Hannah Crafts, al igual que ciertos textos muy apreciados que se vuelven conflictivos cuando sus admiradores descubren los elementos "plagiados", como las novelas de Richard Condon o los sermones de Martin Luther King Jr.— resulta evidente que la apropiación, la imitación, la cita, la alusión y la colaboración sublimada son condiciones sine qua non del acto creativo, que atraviesan todas las formas y los géneros del ámbito de la producción cultural.
La mayoría de los artistas responden a la vocación cuando la obra de un maestro despierta su incipiente talento. Es decir, la mayoría de los artistas llegan al arte por vía del arte. Encontrar una voz propia no es simplemente vaciarse y purificarse de palabras ajenas sino adoptar y aceptar filiaciones, comunidades y discursos. La inspiración puede llegar al recordar una experiencia que no se ha vivido nunca. La invención, hay que admitir con humildad, consiste en crear no a partir del vacío sino del caos. Todo artista conoce estas verdades, no importa cuán hondo oculte el conocimiento.
Rodeados de signos. Los surrealistas creían que los objetos poseen una intensidad indeterminada que el uso y la vida cotidiana han opacado. Pretendían reanimar esa intensidad latente para acercar la mente a la materia que conforma el mundo. Entendían que la fotografía y el cine eran capaces de lograrlo automáticamente; el procedimiento de enfocar objetos con una lente a menudo bastaba para crear la carga que se pretendía. Al describir este efecto, Walter Benjamin comparó el aparato fotográfico con los métodos psicoanalíticos de Freud. Así como las teorías de Freud "aislan y vuelven analizables cosas que hasta el momento han pasado inadvertidas para la corriente de la percepción", el aparato fotográfico enfoca "detalles escondidos de objetos familiares", para revelar "nuevas formaciones estructurales del sujeto".
También los novelistas podemos echar una mirada al material del mundo, pero a veces nos critican por hacerlo. A los que crecieron antes de la televisión, el despliegue mimético de los iconos de la cultura popular les parece, en el mejor de los casos, un amaneramiento molesto y, en el peor, una banalidad peligrosa que compromete la seriedad de la ficción andándola fuera de la eternidad platónica, donde debería residir! ¿Pero es así? Nací en 1964; me crié mirando dibujos animados, alunizajes, millones de anuncios publicitarios y series como M*A*S*H*. Nací con palabras en la boca — "coca", "Xerox"— que nombran objetos tan fijos y eternos en la logósfera como "taxi" o "cepillo de dientes". Para mí el mundo es un hogar lleno de productos de la cultura popular y sus emblemas. Crecí además inundado por parodias que reemplazaban a originales a veces misteriosos: conocí a los Monkees antes que a los Beatles, a Belmondo antes que a Bogart, y "recuerdo" la película Verano del '42 gracias a una sátira que apareció en la revista Mad, aunque no he visto nunca el original. No soy el único que nació al revés en un ámbito incoherente de textos, productos e imágenes, el entorno de cultura y comercio mediante el cual suplementamos y obliteramos el mundo natural.
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"Cuando se vive fuera de la ley hay que eliminar la deshonestidad." La frase proviene de un policial negro de Don Siegel llamado The Lineup, de 1958, y fue escrita por Stirling Silliphant. El filme aún se muestra en las salas de reestreno, es probable que por la incandescente interpretación que Eli Wallach hace de un asesino a sueldo psicópata y por la carrera extensa y sólida de Siegel.
¿Pero cuál era el valor de aquellas palabras -para Siegel, Silliphant o el público— en 1958? ¿Y cuál era su valor cuando Bob Dylan las oyó (es de suponer que en una sala de reestreno de GreenwichVillage), las remozó un poco y las insertó en la canción "Absolutely Sweet Mary"? La apropiación siempre ha jugado un papel clave en la música de Dylan. El cantautor ha hecho uso no sólo de toda una colección de filmes clásicos sino también de Shakespeare, F. Scott Fitzgerald y las Confesiones de Yakuza de Jinichi Saga. También incautó el título del estudio de Eric Lott sobre los trovadores (de 2001) para su álbum Love and Theft. La originalidad de Dylan es una con sus apropiaciones.
Lo mismo podría decirse de todo arte. Hace mucho tiempo que la literatura vive en medio del saqueo y la fragmentación. A los trece años compré una antología de escritores beat. Inmediatamente y con gran placer descubrí a cierto William Burroughs, autor de un libro llamado El almuerzo desnudo, de quien el libro traía una muestra brillante. Burroughs era entonces el hombre de letras más radical que podía ofrecer el mundo. Y nada, en toda mi experiencia posterior de lector, tuvo en mí tanto efecto en cuanto a las posibilidades de la literatura. Más tarde, tratando de entender por qué, descubrí que Burroughs había incorporado a su obra pasajes de otros escritores, un acto que mis maestros habrían llamado plagio. Algunos de los préstamos provenían de la ciencia ficción norteamericana de los años cuarenta y cincuenta, lo que agregaba la sorpresa de otro reconocimiento. Para entonces ya sabía que este cut-up method, como lo denominaba Burroughs, era esencial en su obra, y que el autor lo creía casi literalmente emparentado con la magia. Burroughs estaba interrogando el universo con tijeras y pegamento, y el menos imitativo de los autores no era ni por asomo un plagiario.
La ansiedad de la contaminación. El collage visual, sonoro y textual fue durante siglos una tradición relativamente furtiva (un centón por aquí, un pastiche folklórico por allá), pero en el siglo XX estalló en el centro de diversos movimientos: futurismo, cubismo, dada, música concreta, situacionismo, pop art y apropiacionismo. De hecho podría decirse que, como denominador común de la lista, el collage es la forma de arte predilecta del siglo XX, ni hablar ya del XXI. Pero olvidemos por un momento cronologías, escuelas e incluso siglos. A medida que acumulamos ejemplos —la música de Igor Stravinsky y Daniel Johnston, la pintura de Francis Bacon y Henry Darger, las novelas del Oulipo y las de Hannah Crafts, al igual que ciertos textos muy apreciados que se vuelven conflictivos cuando sus admiradores descubren los elementos "plagiados", como las novelas de Richard Condon o los sermones de Martin Luther King Jr.— resulta evidente que la apropiación, la imitación, la cita, la alusión y la colaboración sublimada son condiciones sine qua non del acto creativo, que atraviesan todas las formas y los géneros del ámbito de la producción cultural.
La mayoría de los artistas responden a la vocación cuando la obra de un maestro despierta su incipiente talento. Es decir, la mayoría de los artistas llegan al arte por vía del arte. Encontrar una voz propia no es simplemente vaciarse y purificarse de palabras ajenas sino adoptar y aceptar filiaciones, comunidades y discursos. La inspiración puede llegar al recordar una experiencia que no se ha vivido nunca. La invención, hay que admitir con humildad, consiste en crear no a partir del vacío sino del caos. Todo artista conoce estas verdades, no importa cuán hondo oculte el conocimiento.
Rodeados de signos. Los surrealistas creían que los objetos poseen una intensidad indeterminada que el uso y la vida cotidiana han opacado. Pretendían reanimar esa intensidad latente para acercar la mente a la materia que conforma el mundo. Entendían que la fotografía y el cine eran capaces de lograrlo automáticamente; el procedimiento de enfocar objetos con una lente a menudo bastaba para crear la carga que se pretendía. Al describir este efecto, Walter Benjamin comparó el aparato fotográfico con los métodos psicoanalíticos de Freud. Así como las teorías de Freud "aislan y vuelven analizables cosas que hasta el momento han pasado inadvertidas para la corriente de la percepción", el aparato fotográfico enfoca "detalles escondidos de objetos familiares", para revelar "nuevas formaciones estructurales del sujeto".
También los novelistas podemos echar una mirada al material del mundo, pero a veces nos critican por hacerlo. A los que crecieron antes de la televisión, el despliegue mimético de los iconos de la cultura popular les parece, en el mejor de los casos, un amaneramiento molesto y, en el peor, una banalidad peligrosa que compromete la seriedad de la ficción andándola fuera de la eternidad platónica, donde debería residir! ¿Pero es así? Nací en 1964; me crié mirando dibujos animados, alunizajes, millones de anuncios publicitarios y series como M*A*S*H*. Nací con palabras en la boca — "coca", "Xerox"— que nombran objetos tan fijos y eternos en la logósfera como "taxi" o "cepillo de dientes". Para mí el mundo es un hogar lleno de productos de la cultura popular y sus emblemas. Crecí además inundado por parodias que reemplazaban a originales a veces misteriosos: conocí a los Monkees antes que a los Beatles, a Belmondo antes que a Bogart, y "recuerdo" la película Verano del '42 gracias a una sátira que apareció en la revista Mad, aunque no he visto nunca el original. No soy el único que nació al revés en un ámbito incoherente de textos, productos e imágenes, el entorno de cultura y comercio mediante el cual suplementamos y obliteramos el mundo natural.
Jonathan Lethem, El éxtasis de las influencias, en revista Otra Parte, nº?, ?, Buenos Aires.
2 comentarios:
Pareciera que algo contrasistémico que creo, por suerte sucede, es que los símbolos humanos toman tal abstracción, vida propia, que terminan generando aquello totalmente distinto a lo que el racionalismo del momento impone.
La presencia, la constitución de la vida social a partir del collage, borra las nociones de originales, o derechos de autor. Los cuales son totalmente tiránicos y absurdos.
Aunque generacionalmente, quedo afuera de varias cosas, me gustó mucho el texto. Saludos,
Yo soy de la generación de Lethem, y comparto esa sensación de haber nacido en un mundo al revés. Coincido con vos Vic, en la constitución de la vida social a partir del collage. Pensemos nomás que cada vez que hablamos hacemos collage con palabras que existen desde antes que nosotros, que usan otros, y que aún así nos las ingeniamos para que suenen nuestras.
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