lunes, 2 de noviembre de 2009

LA ZONA CANTA

Acabo de terminar la lectura de Hombres amables, libro que reúne dos novelas de Marcelo Cohen, Variedades y Un hombre amable, publicado por Norma en 1998. Suerte de ciencia ficción filosófica, con historias que transcurren en una Argentina levemente desplazada, dividida en zonas pobres y zonas de planificación de la vida (la gran industria es la planificación del ocio), escrita con un humor muy fino, con profusión de neologismos, y personajes que nunca saben muy bien dónde están ni qué son, bailan gurubel y emprenden caminos de crecimiento espiritual entre corporaciones y kioscos berretas que venden borlangos (especie de buñuelos místicos), más la presencia secundaria pero determinante de Georges LaMente, maestro, guía, mentalista, empleado en definitiva de las corporaciones que administran la vida entera, un gordo emponchado con poderes mentales que siempre tiene frases célebres en la punta de la lengua, por momentos Zarathustra, por momentos Narosky. Les dejo un fragmento de Un hombre amable, y la recomendación de conseguirse algún libro de Cohen:

La zona canta.
Abierta al sudario de la noche, lejos de la discordia propulsora del crecimiento económico, de las leyes nu­tricias, la zona lanza a la oscuridad tarareos absortos de novia que se peina. O de novio. Tiene varias voces.
Cada voz lleva a la cumbre del zigurat una frase mu­sical diferente.Justín ha abierto las puertas del Peugeot y la furgoneta, y el tubo que los une, cuando una ráfaga lo llena, brama como una enorme garganta. Es música grave, y de tanto en tanto la desbarata un berrido de armónica. Un rru-uoooouuu y un briiich. Un uoouuu y nada.
La garganta se calla. En el silencio chilla un murciélago. Desde otro punto, un lugar entre las viviendas sociales, llegan opacas tiradas de drama televisivo, desconocemos qué piensa hacer Gallagher con las acciones de la empresa, junto con, más alto, una queja verdadera dirigida a al­guien que no contesta: me lo vas a decir o no, quiero que me lo digas, quiero que. Se apaga.
Después el arroyo, su apacible chapoteo. De pronto el responso de un grillo en el baldío, oculto entre arbustos que susurran como velámenes, insistiendo, hasta que los sustituye una borrasca: la voz de Manisito Vango desgra­nando un gurubel, acompañado por su instrumentista, guiando el clamor de las parejas en la pista del Salpicca.
También se desvanece. Resuena un poco al cabo de un rato, sólo para morir más, y entonces sobrevienen bufi­dos y traqueteos, estrépitos de plástico y vidrio en el
supermercado Kum Chee Wa. Periódicamente maulla un gato. Parece que ha terminado la serie, porque hay una larga calma.
Pero enseguida renace el gurubel, maúlla el gato, truenan carcajadas en el baile, lame cemento el agua del arroyo, y Dainez se da cuenta de que está en el centro de una música aleatoria cuyo discreto director es un viento arremolinado. No es que el viento elija el orden de los instrumentos, porque no tiene voluntad; pero en la entrega a sus veleidades
administra los segmentos de sonido y entre un descanso y otro ofrece una serie completa.
Rayan el aire los crótalos del grillo, que ese maldito bastardo ha dilapidado la herencia de Candy. Aterrizan cajas en un camión. Rumor de cordajes en las matas. Uuuoooou
y briiic en los dominios de Justín. me lo tenes que decir, con todo lo que pasó entre nosotros. Gurubel. Gato. Grillo.
Gurubel. Ruoooouuu. me lo digas por favor favor quiero que
. Chapoteo. Briiich. Maullido. Plástico, vidrio y chapa. Gurubel. Aplausos, risotada general en el bailongo. Publicidad en la tele: ¿cuándo va a darse ese gusto? Grillo. Gato. Chillido de murciélago. Los segmentos cambian de orden, se permutan, se traspolan, se desplazan, nunca se confunden. No hay dos series iguales, y, aunque la dirección del viento parezca fortuita, en el rocío que moja los objetos del zigurat, y moja a Dainez, el conjunto reverbera con la parsimoniosa autoridad de un mantra. Tele. Garganta eólica. Maullido. Rumor. Chillido. Clamor. Siseo. Ruego de voz humana real. Chapoteo. Ejecutando la música que ha compuesto, la zona afianza la trivial autonomía de los vencidos.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

El domingo el fortín de Villa Mitre era una sinfonía, y el barrio hasta la madrugada también. No conocía a Cohen ¿qué me recomendás?
Abrazo, Negro

Huguito

Marcelo Díaz dijo...

Y sí, nos está faltando un zigurat en Villa Mitre ¿no? Ya tenemos el Musulmán Power Ranger de la plaza...
De Cohen: El país de la dama eléctrica, Impureza. Cuando lea Donde yo no estaba te cuento.
Abrazo